sábado, 30 de abril de 2011

O,O% Miedo

A veces me pregunto si no se podría medir también nuestra tasa de miedo al igual que los niveles de otras sustancias en nuestro organismo. Estamos todos de acuerdo en que conducir bajo los efectos del alcohol, por ejemplo, debe estar penado porque afecta nuestra capacidad de reacción, hasta ahí todo bien. Pero yo iría más allá, ¿somos capaces de actuar con autocontrol ante situaciones que nos producen miedo? Tres respuestas frente a ellas son posibles: Atacar, quedarse paralizado o huir, como lo haríamos ante cualquier peligro real. No obstante, son tantas las veces en que ese monstruo feroz que nos aterra no está más que en nuestra cabeza que la mayoría de nuestras reacciones nacen de un impulso incontrolado, de una respuesta automatizada a lo largo del tiempo. Todo está preparado en nosotros para que nuestro cerebro actúe lo más rápidamente posible y nos salve en las situaciones peligrosas. Pero, ¿puede alguien decirme qué tiene de peligroso salir a la calle, un insecto volador o una serpiente? Parece increíble que exista tanta gente con dificultades para llevar una vida normal por el simple hecho de no poder razonar y apaciguar sus miedos.
Desde pequeños se nos previene de todas las amenazas que podrían poner en peligro nuestras vidas e incluso, a veces, se inventan riesgos ficticios para tener a los niños controlados (el lobo, el médico, el policía). Meter el miedo en el cuerpo es algo que ha estado de moda y que ha hecho mucho daño a la sociedad y a cada uno de nosotros.
No sé si habéis visto la película de dibujos "Kirikou et la sorcière". En ella, el protagonista, un niño muy valiente, debe ir a los alrededores de la casa de la bruja para recoger unas flores que podrán salvar a su madre. Hay un amigo que le pregunta si no tiene miedo y él, muy tranquilo y convencido, le responde: "Sí, pero eso no es una razón". La verdad es que el miedo está dentro, no fuera y la única manera de ahuyentarlo es hacerle frente, dar la cara y mostrarle que fuera sólo hace un día estupendo y nada nos lo va a estropear.

miércoles, 27 de abril de 2011

Lazos




Vicky Gastelo
Las relaciones humanas están basadas en vínculos tan variados como el número  de personas que conocemos a lo largo de nuestra vida. En este carrusel de cintas de colores encontramos dependencias, amistades, enamoramientos fugaces, apegos, amores (platónicos), relaciones positivas y otras que vampirizan. En esta canción que quiero compartir hoy se hace un buen muestreo de lo que hablo.

Muchas veces confundimos los lazos que unen con las cadenas que aprisionan porque en ellos encontramos la ¿seguridad?, el reconocimiento, el bálsamo para nuestras heridas pero a menudo "aprietan tanto que causan dolor", como dice esta canción.

A cada uno nos toca tirar de la cinta de cada lazo que nos acerca a los demás y ver si nos deja ser quiénes realmente somos y crecer "hasta llegar al sol" o si por el contrario nos amarra y nos ancla en las profundidades. ¡Menudo enredo si tiramos de todas a la vez!

sábado, 16 de abril de 2011

¿Sueños?

DR
¿Quién dibuja mis sueños?
Imágenes, voces, gentes nuevas
me colman las sienes
en esas horas de huida.
Acompañan luego mis días
tan de cerca, tan vívidos
que conmociona.
¿Qué significáis?
¿Adónde vais si despierto?
¿Mi pobre imaginación os inventa?
Algo me dice que sois
mi propia silueta distorsionada,
la clave de una huella en la arena.

viernes, 8 de abril de 2011

Lo que no decimos...


Lo que no decimos, lo que callamos se queda dentro y se convierte en lastre. Hay tantas ideas que reprimimos, tantos gestos que quedan sepultados por el miedo y las convenciones  que a veces, muchas veces, no sabemos si nuestra relación con la realidad es la correcta y por supuesto la menos dañina y fraudulenta. Has de ser lo que te han dicho que tienes que ser, dar la respuesta esperada en todo momento y además no salirte de la norma: la espontaneidad está mal vista y, si te ven acompañada de ella, ya sabes, dime con quién andas…

Cuando comparas lo que expresas con lo que piensas, te sientes como el iceberg que saca a la superficie la mínima parte de su ser para poder mantenerse a flote. Aunque se mueva por aguas cálidas, él se empeña en su frialdad, porque le han dicho que los cambios de temperatura no le van a venir bien. Con esa misma rigidez nos movemos por miedo a desconfigurarnos o a que la imagen que los demás tienen de nosotros se vea perjudicada.

Yo, sinceramente, no quiero ser iceberg. Prefiero ir derritiéndome llevada por la corriente para dejarme modelar por ella y volver a ser lo que me conforma, agua. El agua del ciclo de la vida: la que corre, cae, salta, acaricia, refresca, reconforta, fluye... E  incluso aquélla que se convierte en iceberg  para volver a empezar de nuevo.

jueves, 7 de abril de 2011

Azahar

Lo siento, sólo os puedo ofrecer la imagen.

Es un aroma que ha pasado muchos años desapercibido para mí, tal vez porque me fijaba más en los otros sentidos o quizás porque estaba en otras cosas menos importantes, seguro. Sin embargo, cuando pienso en Murcia en esta estación, mi memoria olfativa lo evoca instantáneamente, digamos que es la banda olorosa de la película de mi vida en esta ciudad.

Esta tarde, como aquel que busca la sustancia que le hace sentir mejor, me he paseado por el Valle de Ricote que está reventón en estas fechas. Abrir la ventanilla del coche en una tarde primaveral, con una temperatura que se diferencia de la mía lo justo  para que pueda ser consciente de ese ligero contraste que vivifica, y dejarse llevar por sus caminos intrincados son algunos de esos lujos visuales al alcance de cualquier nariz. Es más, poder contemplar ese paisaje lleno de curvas que al tomarlas más bien se respiran, pasear entre naranjos y limoneros en flor y evocar  sensaciones guardadas en el baúl de los recuerdos, conservadas gracias a su aroma, supone una experiencia irrepetible y a la vez familiar, os lo aseguro.

Me viene a la memoria que mi abuela guardaba en su cofre de ropa de cama el ramo de azahar que llevaba el día de su boda y que sacaba de vez en cuando orgullosa para enseñármelo. Debo admitir que he pasado muchos años engañada porque aquel ramillete de flores de cera no olía a nada, bueno sí, a las pastillas de jabón Heno de Pravia que ella ponía entre las telas, así que, por mucho que me hubieran dicho que ese aroma era maravilloso, al llegar a Murcia no podía relacionar la fragancia envolvente de la ciudad con aquellas pequeñas flores. El perfume se adaptaba tan bien al escenario como una buena banda sonora a su película, pasando casi desapercibido pero confiriéndole una intensidad y unos matices particulares. Afortunadamente, me di cuenta de que no vivía en un documento de cine mudo sino en una trastienda de perfumería, porque Murcia huele a azahar, a azahar en primavera.