Una fachada de la Calle Arco Iris |
Y llegó, sin saberlo,
a un lugar donde las calles llevaban realmente a donde decía su nombre. Empezó
por la calle Océano Pacífico. Al pasar
por la esquina donde aparecía la placa,
una bocanada tibia de aire de mar daba ganas de quitarse los zapatos y caminar
por la arena. Se escuchaban las gaviotas que decían, no corras. Aquello le
sorprendió pero pensó que era algo casual, un hecho aislado. Siguió caminando y
entonces un olor de la infancia le hizo
girar a la derecha por la calle Dulces. La fragancia no solo le inundó la nariz
sino también la boca. Los suspiros y los bollos calientes recién salidos del
horno se respiraban y deshacían en la lengua, como el algodón dulce de las
ferias. No se lo podía creer. Para colmo, la gente no daba muestras de sorpresa
y hablaba sobre las aceras, que a veces eran andenes, embarcaderos,
trampolines, senderos, nubes… como si nada.
Los habitantes de esta región se preocupaban muy mucho
cuando una nueva calle les nacía en las ciudades. Se pasaban mucho tiempo buscando
un buen nombre para la criatura. Y claro es que no era sencillo encontrar uno para la nueva
avenida que partía de la esquina de la calle Primavera con la plaza del
Azahar. Era evidente que cualquier
apelativo no haría buen maridaje con ellas.
Como le contaron más tarde en la calle Respuestas, la
decisión de comprarse una casa era harto complicada porque a veces resultaba
difícil casar los gustos de todos los miembros de la familia. Lo que le pareció impresionante era el callejero que te
daban en la Oficina de Turismo de la plaza Brújula. En él se trazaban
recorridos por la ciudad según la estación del año, la edad y el estado de salud o de ánimo del viajero. Nunca pasarías,
por ejemplo, por la calle Alegría en un
día de esos en que las historias del pasado te hacen mirar hacia adentro.
En el Ayuntamiento que estaba en la avenida de Democracia Real había un cuaderno en el que los ciudadanos
podían escribir sugerencias para dar nombres a las calles nuevas. Y, como podéis
imaginar, nuestra viajera no lo pudo evitar y puso “Bosque de Bambú” ;)
NOTA: Me gusta soñar.
Tanto de noche como de día. A veces, mientras voy al trabajo en coche, mi
imaginación vuela en vez de viajar sobre ruedas. Este es el microrrelato que me
sugirió la calle Oceáno Pacífico a la vuelta de un día movidito en el trabajo. Descubrir
que aún quedan en mí rastros de la niña que fui me hace feliz, sencillamente.