jueves, 29 de diciembre de 2011

Cambios

Todos los cambios, incluso los más deseados, nos traquetean y nos hacen perder la orientación porque no suelen venir con brújula y mucho menos con paracaídas. La nube de polvo que levantamos en el aterrizaje tampoco deja impasible a los que nos rodean que nos ven llegar entre la bruma y no nos reconocen. Es más, muchas veces, ha habido incluso reclamaciones a la compañía aérea porque dicen que la persona que tienen delante vuelve con serios problemas estructurales y tiene poco que ver con la que ellos recuerdan. "Así no la queremos, no nos va bien en el puzzle de nuestra vida familiar. Si ella toma otra forma, nosotros también tendremos que cambiar la nuestra y ¡es tan cómodo que todo encaje!"

Son los riesgos que se corren cuando uno viaja y descubre nuevas sendas. En muchas ocasiones, cuando se emprende ese camino, hay un antes y un después y, las menos de las veces, nos quedamos con el después por miedo a romper moldes.

Pero tranquilos que las compañías aéreas no hacen nunca caso de las reclamaciones y a nuestros seres queridos no les queda otra que aceptarnos con nuestros nuevos hábitos, gustos y compañías. Es eso o perdernos y claro, aunque se nos critique y se nos pida que volvamos a nuestro estado anterior de sobra saben que no va a colar. Resulta que entonces un paso atrás sería tan complicado como volver a convertir una mariposa en oruga después de haber pasado por la crisálida. Es evidente que ya no cabe en el hueco y que haría falta cortarle las alas que, una vez desplagadas, se hacen más fuertes de lo que puede parecer a simple vista. Aseguran quienes las han probado que volar con ellas resulta una experiencia iniciática difícil de olvidar. ¿Por qué no disfrutarlas y mostrarle a los demás que no es tan raro ni malo tenerlas?.
Maripolola por Lolation http://www.flickr.com/ //cc by-nc-nd/2.0/

jueves, 8 de diciembre de 2011

Una mujer

Microrrelato

La mujer que llora. Picasso 1936
Aquella noche había bebido demasiado. De vuelta a casa los pies le pesaban como losas y sus movimientos hacía rato que habían dejado de ser gráciles. Mientras subía las escaleras de su apartamento de Nueva York, la princesa se convirtió en cenicienta de nuevo. Al abrir la puerta y verse reflejada en el espejo de la entrada se le vino el mundo encima. Su rostro ya no era el de la jovencita de hace años, ni su cuerpo lucía tan bien ese vestido ajustado que marcaba ahora líneas que antes no existían. De repente se sintió ridícula, ¡cómo podía ser tan ilusa una y otra vez! En el fondo sabía que, aunque ella se veía igual que hace años, había dejado de ser la mujer que llamaba la atención a su paso. En su mente sus aventuras amorosas se encadenaban unas con otras y, al mezclarse, le provocaban un sabor agridulce que le des/agradaba. Era duro para ella notar que las miradas de los hombres se dirigían ahora a otras y que para ellos había empezado a ser simplemente la confidente de sus deslices.

Ya en su habitación, acompañada tan sólo por el alcohol que se negaba a esfumarse, rompió a llorar mientras dejaba caer al suelo aquel maldito vestido constrictor. Lloró y, conforme lo hacía, le venían sin cesar imágenes de la velada en las que se veía a sí misma desde arriba, como con una cámara cenital. ¡Se encontraba tan patética riendo, bailando y aparentando ser el centro de la fiesta! 

De aquella noche quedaron dos testigos mudos: el rímel a modo de graffiti en las sábanas y cierto olor a tristeza en su mirada.


domingo, 4 de diciembre de 2011

Dos en uno

 Microrrelato


De repente la casa se llenó de pañales, de chupetes, de noches sin dormir. Esos dos niños gemelos lo coparon todo y a todos: padres, abuelos, titos. 

Los primeros días sus padres fueron muy cautelosos con las pulseras que los diferenciaban, con poner a cada uno en su cuna a cada lado de la cama, pero las noches en blanco y el cansancio enturbiaron las ideas. Poco a poco las reglas se relajaron y, aunque nadie se atrevía a decirlo, llegada la navidad, no se sabía a ciencia cierta quién era quién. En los bebés todo era igual y ni el mismísimo instinto maternal en persona hubiera sido capaz de encontrar algún detalle, alguna señal que marcara la diferencia. Así las cosas y en una época en que la prueba de ADN ni siquiera llegaba a ser ciencia-ficción, nuestros protagonistas empezaron a confundirse entre ellos. Tan pronto los llamaban de un modo como de otro y, para más inri, sus padres se empeñaban en vestirlos del mismo modo, en que les gustara e hicieran lo mismo. No hubo nadie con la suficiente claridad de ideas que tomara las riendas y acabara con este embrollo tragicómico de una vez por todas. Las consecuencias de esta indecisión fueron devastadoras. Llegó un momento en que los niños perdieron su identidad e incluso llamaban al otro con su propio nombre. Al no saber si estaban en lo cierto se miraban perplejos y reían desconsoladamente. Era como si en realidad se tratara de un solo niño con un nombre compuesto, pues ambos respondían insdistintamente a cualquiera de ellos. En el colegio daba igual que los pusieran en clases separadas porque los profesores, incapaces de distinguirlos, nunca estaban seguros de tener delante al que venía en la lista de principio de curso con su foto en blanco y negro y todo.

Los años pasaron y, si queréis que os sea sincero, a estas alturas de mi vida, aún no estoy seguro de ser el gemelo que creo que soy o simplemente el que me han dicho que sea. ¿No os pasa eso a todos un poco de vez en cuando?

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Sin palabras

No puedo creer lo que leo a veces en la actualidad. Son historias siniestras que sobrepasan, al menos, mi capacidad de imaginar situaciones imposibles y maquiavélicas. La noticia que me encontré ayer en internet me lleva dando vueltas en la cabeza y en la boca del estómago con un ronroneo que de vez en cuando se transforma en suspiro. No entraré en detalles porque no me apetece repetir los titulares sensacionalistas pero ha fallecido un niño de corta edad porque su padre lo castigaba mentiéndolo en la lavadora. Ese día le dio al on y desgraciadamente entonces fue mortal.

Hoy desde aquí quiero hacer mi pequeño homenaje a este hombrecito al que no le han dado la opción de crecer y de ser feliz. Me encantaría que hechos así tan sólo se pudieran leer en la ficción y que incluso allí no se nos pudieran pasar ni siquiera por la cabeza. No me quedan más palabras.




domingo, 27 de noviembre de 2011

Tiempo para todo

Tenemos tiempo para todo siempre y cuando le demos a cada cosa su importancia. Puede que nos pasemos horas y horas preocupándonos con historias que ya han pasado, que van a suceder o quizás no. Mientras estamos en esos menesteres perdemos oportunidades, nos comemos las meninges y para colmo la vida nos pasa sin rozarnos.

No quiero decir que esas cavilaciones no sean vivir, qué va. Me refiero simplemente a que se parece más bien a un modo de hacerlo tan virtual como un juego de ordenador. Nos montamos historias que ya nos hemos contado miles de veces, las recreamos y nos las recreemos. Volvemos a subir al mismo escenario que dejamos la última vez que actuamos en la misma película: nos enfadamos, nos enamoramos de nuevo, nos ponemos tristes en un espacio y con unos personajes con los que no podemos interactuar. La historia está a estas alturas tan manida como la de La Caperucita Roja, pero no nos cansa. Nos gusta meternos en el papel que nos tocó vivir una y otra vez o en que el nos gustaría estar en un futuro hipotético. Incluso si hace daño, si te corta o te acelera la respiración, nos metemos allí sin reservas, al cien por cien.

Cada uno elegimos a lo que dedicamos cada minuto, cada pensamiento, cada década,... Espero que la vida no sea eso que pasa por nuestro lado mientras estamos ocupados haciendo otra cosa.

El tiempo en nuestras manos

domingo, 20 de noviembre de 2011

Quejorrea

Microrrelato
No se queje, por favor

Doctor, doctor, ¿qué me ocurre?
Mire, los síntomas no fallan. Usted dice que todo le molesta, desde el canto de los pájaros a las risas de los que comen en la mesa de al lado. Está usted incómodo hasta en los momentos en los que todo llevaría a relajarse y dejarse llevar. Es evidente que para usted todo parece una carga. Un runrún mental le reconcome por dentro y le lleva inevitablemente a focalizar su atención en los fallos, en los aspectos negativos de todas las situaciones. Si hace sol como si está nublado, si madruga o se levanta tarde, no importa, para usted lo que cuenta es renegar, en una cantinela que se hace insoportable para los que le rodean y, por lo que me cuenta ahora, también para usted. Nada le satisface y se mantiene atento a lo que hacen los demás tan sólo para criticarlo, hagan lo que hagan, qué más da. Corríjame si no resumo bien lo que me ha explicado. Bueno, pues padece usted una quejorrea aguda. Un caso que no es un hecho aislado, desgraciadamente, sino que se está dando con demasiada frecuencia en nuestros días. Quejarse de todo es el deporte nacional, ni el fútbol ni los toros, qué va, la famosa epidemia de quejorrea nos invade con su extraño magnetismo. No está mal visto que uno se queje porque, como todo el mundo lo hace, las probabilidades de que el que está a tu lado también vaya del mismo palo son enormes. Cuando se entra en este bucle de queja es difícil parar. Además lo peor es que al hacerlo nos autoprovocamos las mismas sensaciones negativas que estamos evocando. Como nuestro cerebro no reconoce si lo que rememoramos nos está ocurriendo de verdad o simplemente lo estamos imaginando, nuestro organismo realiza las mismas reacciones químicas que si tuviéramos delante la situación que nos desagrada. ¡Vaya jugarreta! ¿no?
Pero ¿esto es grave? 
Sí es grave, pero no incurable. 
No sabe lo tranquilo que me deja. ¿Qué tengo que hacer para salir de ésta? 
No llevo recetas mágicas en mi cartera, ni tampoco la llave que cierra los circuitos mentales de este tipo. Es una cuestión de cambio de chip, de centrar la atención en lo que gusta más que en lo que desagrada, de callar cuando lo que se va a decir no es más agradable que el silencio. Por ejemplo, anote las veces que práctica la queja a lo largo de un día. El simple hecho de detectar esa actitud ya supone una clave para romper rutinas. Piense antes de hablar y dése el tiempo de reformular sus pensamientos en positivo.
¡Pero eso es muy difícil para mí! Vaya, he vuelto a quejarme. 
Tal vez sea tan sólo "difácil" y, ahora mismo, sin saberlo, acaba de dar el primer paso hacia el cambio. 


domingo, 30 de octubre de 2011

Palabrapalabra Palabras

Desde que recuerdo he sentido una tremenda fascinación por las palabras, por los juegos que se pueden hacer con ellas, por lo que evocan, porque tienen magia. Cuando leo un libro, un buen libro, siento que no podría quitar ni una de ellas porque todas forman un entramado perfecto. Entonces me doy cuenta de que ese orden era el que buscaban para contar la historia, no sobra ni una coma. Lo mismo me ocurre cuando escucho un poema en el que no hay palabras separadas como tales, sino una estructura invisible que une imágenes, sentidos, pensamientos que de otro modo serían irreconciliables. Pero, si hay algo que da rabia, es cuando no recuerdas los términos exactos de una cita. Empiezas entonces a dar rodeos con explicaciones largas y tediosas para al final darte cuenta de que lo que dices es sustancialmente lo mismo pero no es en absoluto igual. Si cambias la secuencia, pierdes el encanto y parte del sentido.

Yo lo paso genial escribiendo este blog porque juego con las palabras, imagino historias, me doy la libertad de colocarlas como me apetece y, aunque a veces cuesta encontrar el final o el orden que mejor suene, no me importa. Para mí es como un puzzle que empieza con una idea vaga en la cabeza. Sé que quiero escribir sobre ello pero, hasta que no me siento como arrastrada delante del ordenador, soy incapaz de hilvanar con coherencia. Es maravillosa la sensación de encontrar las piezas en mi mente y que encima encajen. A una nube sin forma, como otros cientos de nubes que pasan por mi cabeza, si me paro a mirar, le puedo buscar el parecido con algo o modelar a mi antojo. Es igual que ese juego de niños al que todos nos hemos apuntado en alguna ocasión en cualquier tarde al aire libre. Si os soy sincera yo aún les sigo buscando el parecido a las nubes incluso estando sola.

Hay ocasiones en las que nos falta la palabra adecuada y otras en las que todas las palabras del mundo se quedarían cortas para llegar a explicar lo que queremos. Me recreo en cómo suenan las que me gustan aunque algunas nunca las pueda usar en mi vida cotidiana: candela, escafandra, anémona, Casiopea, ... Otras, al volver a escucharlas, me llevan inevitablemente al pasado, al recuerdo de alguien que allí estuvo para darle un sabor especial. Algunas han caducado y otras nacen cada día. Yo las puedo crear, como alguien en su momento hizo con las pocas que han salido en esta entrada y las que no. Las puedo mezclar en infinitas combinaciones con sentidos distintos.

Y, aunque no existen más que cuando las usamos, me resultaría difícil imaginarme un mundo sin ellas. ¿Sería algo así: ......................................................................?

domingo, 16 de octubre de 2011

Curiosidad

Como suelo hacer antes de dormir, anoche, después de publicar la entrada anterior, me tomé el somnífero que mejor que funciona: leer justo hasta que se me cierren los ojos. Lo chocante del caso es que ha sido esta mañana cuando me he dado cuenta de la conexión entre lo que había escrito y lo que leí después. Pongo una cita para aclarar la coincidencia:  

"...las señales van de los músculos (de la cara) al cerebro y no al contrario que es lo más habitual. Los efectos benéficos de las expresiones faciales en el ánimo de una persona son una de las razones de que, por ejemplo, a las telefonistas se les enseñe a sonreír cuando trabajan, aunque le persona que esté al otro lado de la línea no pueda verlos. Este teoría también explica por qué cuando te han roto el corazón, sonreír ayuda."  

"Conectados" de N. A. Chirstakis y J. H. Fowler, páginas 51-52.

Un poco de gimnasia facial mañanera no le viene mal a nadie, como bien hace la protagonista de la entrada anterior. Si, además, a lo largo del día sonreímos a los que nos rodean, veremos que se produce un efecto contagioso, agradable y muy pero que muy barato. ;)

sábado, 15 de octubre de 2011

L de lunes

Microrrelato

Es lunes. Un despertador que suena y una mano que se mueve torpemente hacia la mesilla para apagarlo. Su primer pensamiento viene acompañado de un suspiro y, mientras se despereza en la tibieza de la cama, sonríe. Sí, sonríe y ¡es lunes! Definitivamente hay algo que no encaja bien en esta historia.

Desde hace un tiempo no importa que el día sea gris, rosa o empiece por l, m, m, j, v, S o D, le da igual. Ella sonríe porque está viva. ¿Qué más da que hoy se llame de un modo o de otro? ¿Ese simple detalle le va a amargar todos los días que no comiencen por la letra que le gusta? Por si no lo sabíais los que empiezan por S y D son los preferidos de la mayoría de la gente, de ahí que se escriban con mayúscula. Pero, como desgraciadamente sólo hay dos en cada semana, los otros cincos muchas veces se les hacen cuesta arriba. Los días lmmjv se los pasan quejándose y diciendo que les resultan insufribles, infumables. Entre queja y queja arrancan las hojas de los calendarios con saña o tachan los días como si no hubieran existido, después otean el futuro esperando que se adivine en el horizonte el barco cargado con su letra favorita.

Para ella en cambio la noche no ha sido más que un remanso necesario para recuperar fuerzas. La transición entre el ayer y el mañana que se resume simplemente en el ahora, el hoy con H que es una letra muda. Entonces se concentra en ese momento justo en el que vuelve a notar que todos sus sentidos la acompañan todavía y estira un poco el brazo para comprobar que no ha dormido sola, que hay alguien a su lado que al mirarla también sonríe.




A mi compañera Mª Dolores. A mí también me hizo pensar lo que me dijiste el viernes. Gracias.


domingo, 2 de octubre de 2011

Lecciones de vida

Son pocas las ocasiones en las que, sin saberlo, podemos llegar a cambiar la vida de otra persona o, si no tanto, al menos remover de alguna manera sus cimientos. Lo que me maravilla de este hecho es que  normalmente no hay intención de provocar tal efecto. Es curioso que lo hacemos sin hacerlo porque no nos damos ni cuenta de que, al decir la palabra adecuada, con la entonación perfecta y justo en el instante oportuno, el que nos escucha deja abiertos todos sus canales para dejarse inundar sin barreras. Puede que haya oído eso mismo que le decimos cientos de veces, pero en cada una de ellas le había sonado a chino o a algo aún más incomprensible. No se puede explicar por qué de repente se enciende para él una luz que le permite ver claro, esa luna llena en una noche sin rumbo.

Como profesora, o mejor dicho como educadora, he prestado mucha atención a lo que decía y hacía en el aula. Desde siempre he sentido sobre mí una gran responsabilidad ya que me relaciono todo el tiempo con adolescentes y jóvenes. Mis alumnos se están formando no sólo en conocimientos sino también y sobre todo como personas. Para bien o para mal yo estoy ahí. Pero a la vez me considero una privilegiada por ello pues entro en sus vidas sin llamar, establezco con cada cual una relación diferente y además aprendo continuamente con/de ellos cosas nuevas. Conforme ha pasado el tiempo he sabido valorar la diferencia como algo positivo, como el derecho que tenemos a la individualidad. Esta idea tan evidente ahora en mi época de estudiante era impensable. Entonces, te difuminabas entre la masa de compañeros y (casi) ningún profe atendía a los ritmos diferentes porque se hacía tabla rasa. No importaba que te sintieras mal, lo que contaba era sacar buenas notas. No me apetece repetir los mismos cánones, eso también lo he aprendido.

Todos recordamos esa frase o la actitud de una persona cercana que nos ha marcado para bien (o para mal, cosa que también ocurre) en nuestra propia percepción o que nos ha hecho recapacitar. Podríamos hacer una lista con todos los que con su ejemplo (o contraejemplo) nos han enseñado a vivir mejor.  Nos sorprendería ver que no se trata de un listado muy amplio pero que está repleto de encuentros que se nos han quedado tatuados con tinta invisible. Lo que une a esos seres es la no intencionalidad en lo que hacían, y lo que resulta alucinante es que nos lo han transmitido naturalmente, del mismo modo que se aprende una lengua materna.


Desde este rinconcito de la globosfera quiero darles las gracias a esas personas, muchas de ellas anónimas, que me han permitido ser la que soy hoy. Por esa sonrisa amiga, por ese apretón cariñoso en el brazo en los momentos duros, por esa palabra de reconocimiento, por esa mirada cómplice,… Incluso los hay que me enseñaban que no siempre hay que seguir el ejemplo porque un buen contraejemplo era igual de efectivo: haz lo que digo y no lo que hago. A todos ellos, simplemente gracias.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Peces de colores


Me muevo sobre una superficie líquida que permite a los demás y a mí misma deslizarse sobre ella o bien sumergirse. Hoy imaginaba que ésa era mi vida, el espejo de un lago, un mar tranquilo unas veces y revuelto otras. Esta imagen me ha venido a la mente cuando me despedía de alguien con quien había compartido una charla estupenda. En el momento del adiós me daba pena que se marchase de mi vida, aunque fuera por unas horas, días, semanas, no importa. Desde ese lugar imaginario en que yo estaba veía como un bonito pez de colores se zambullía en el agua a mis pies y desaparecía de mi vista. Mientras se alejaba, las ondas de su impacto en el agua me mecían y me recordaban que esa pezsona había estado a mi lado. 

Los encuentros, ya sean fortuitos o programados, siempre me han producido sorpresa y me han maravillado. Recuerdo que unos de mis sueños de niña era precisamente esto que cuento: remaba en una barca en mitad de un lago y del agua surgían peces voladores que me dejaban boquiabierta. Nunca sabía por dónde iban a irrumpir, pero eso era lo que realmente le daba su punto mágico e inquietante. Cada salto de uno de aquellos peces brillantes y luminosos me provocaba la misma admiración, una y otra vez. Lo cierto y verdad es que hasta bastantes años después nunca tuve la ocasión de ver algún salto aislado parecido en un pantano. Si voy más allá tengo que confesar que aún hoy no sé si esos peces existen o los creé tan sólo para mi sueño.

Es curioso que yo también me puedo sumergir cuando quiera y aparecer ante otra pezsona simplemente porque me apetece. Comparto entonces unos cuantos saltos con ella, creamos juntos nuestra propia estela única e irrepetible y, cuando queremos, nos separamos. Sinceramente no hacen falta astrolabios ni artilugios raros para orientarse en esta dimensión. A veces ocurre que precisamente los encuentros más bonitos son los que no se preparan, los que te hacen fluir en este líquido como una sirena.

Sé que no es real lo que me imagino, lo sé. Sé que los peces no vuelan, lo sé. Sin embargo no voy a dejar de soñar con ellos. ¿Nos vemos en tus sueños o en los míos?

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Huracán

Microrrelato


Aquellos días sus sentimientos fluctuaban del amor al odio en cuestión de segundos. Esa avalancha de sensaciones encontradas la tenían desbordada. Intentaba aprender sobre sí misma y, para ello, se paraba en cada una de las ocasiones en que se tiraba por el tobogán emocional a mirar lo que se producía en su cuerpo, en su mente, en su rostro,... Pero claro, como muchas veces cuando se está en el ojo del huracán, la calma chicha resultaba muy engañosa, impidiendo ver el camino ya recorrido y, lo que era aún peor, el que quedaba por explorar. Temía que sus efectos fueran ya devastadores y que lo que había destruido dejara una  huella demasiado profunda a su paso.

Por supuesto no tenía por qué hacer lo que todos esperaban que, por otra parte, sería lo más sencillo. Se trataba de decidir y actuar según sus propios deseos, sin intentar contentar a nadie más que a ella misma. En su cabeza las ideas daban vueltas como en un tiovivo. Pasaban y repasaban invariables, en una especie de bucle perfecto. Y cada vez que lo hacían conseguían irritarla aún más si cabe. ¿Dónde puñetas se para esto que yo me bajo? ¿Seré capaz de salir de esta espiral infinita? 

Se le hacía tan penoso como cuando una rueda patinaba en el barro.  Y ya se sabe, a más revoluciones, más hondo se hacía el agujero. La salida se convertía así en una hazaña imposible que simplemente conseguía remover una y otra vez el mismo lodo. En algunos casos había que llamar incluso a la grúa. Llegada a este punto de no retorno lo único que le funcionaba era tomar una decisión, la que fuera. De repente, justo en ese instante de clarividencia, el centrifugado mental se paraba en seco. Ya no importaba tanto que se escogiera lo más acertado. Aquélla se convertía sin duda alguna en "la decisión", la verdadera, y todas las demás posibilidades perdían consistencia, reducidas a meras cábalas sin sentido. Asombrosamente ya tenía fuerzas para sacar ella sola el coche del barro a empujones, para dar vueltas y más vueltas en el tiovivo sin marearse pero, sobre todo, para mirar con otros ojos al huracán que a su paso, de forma casi milagrosa, había colocado cada cosa en su sitio.

jueves, 25 de agosto de 2011

Sin aire, sin agua

Abejaruco

Te habitúas pronto a los detalles de las personas que te rodean, al calor del hogar, al aroma de la cocina en invierno. Puedes llegar a inmunizarte ante ellos de tal manera que pasen totalmente desapercibidos y en ese instante pierden cualquier valor para ti. Es como si no existieran, como si tu sensibilidad estuviera entumecida y el hormigueo debilitara su influencia. Muchas veces es preciso hacer un esfuerzo para que las terminaciones nerviosas se mantengan vivas y receptivas. Por ejemplo, en el momento de recibir una caricia es recomendable tener todas las líneas abiertas, para conseguir que te recale más allá de la piel. La caricia  recobrará entonces todo su sentido: el que tú le das y además la intención del que te la brinda.

Hay que evitar hacer de la rutina, una rutina. Desde hace diez años vivo en la misma casa y todas las tardes de verano, a eso de las nueve, una bandada de abejarucos nos sobrevuela acompañada de sus gorjeos alegres, ahora ya inconfundibles para mí. Siempre me he negado a trivializar su visita y me sigo parando a observarlos como si fuera la primera vez, recreándome en su vuelo y en el plumaje colorido que les caracteriza. Es algo que me permite disfrutar más de las tardes estivales y que además me ha hecho escribir esta entrada.

A veces me pregunto si los peces sabrán que están rodeados de agua y que su vida depende de ella. No creo que sean conscientes de su propio medio natural porque no se detienen en su quehacer a ver cómo respiran o se mueven ¿en un líquido? y ni siquiera saben que se la pasan todo el tiempo mojados. En ellos eso es lo normal y no le dan la menor importancia. También nosotros somos a veces hombremujeres-pez. Y es que podemos pasar por la vida, mirando siempre al futuro o al pasado, sin reparar en los detalles y en busca de zonas de buceo mejor que las que tenemos al lado, sin necesidad de dar ni una sola brazada. Incluso es preciso que nos saquen la cabeza del agua de vez en cuando, como a los peces, para darnos cuenta de lo agradable que era nadar en esas aguas y volvernos locos por capuzarnos de nuevo. Pero afortunadamente, nosotros, los hombremujeres de a pie, tenemos la capacidad de pararnos a percibir la temperatura del aire, su paso hasta los pulmones e incluso, si nos apetece, podemos controlar la velocidad a la que respiramos mientras que saboreamos miles de aromas diferentes. Logramos así que cada momento sea una zambullida vivificante.

En la imaginación se puede nadar sin agua. En la realidad sólo existe algo peor que nadar en seco y es que al hacerlo no te permitas sentir el agua que te acuna.

sábado, 20 de agosto de 2011

Cita

     Hoy he empezado a leer otro libro y me apetecía reescribir esta cita. Me parece un comienzo muy sugerente, al que se le puede dedicar un poco de tiempo porque está formulado en forma de paradoja:

"Lo que tiene nuestro destino de nuestro y de distinto
es lo que tiene de parecido con nuestro recuerdo".

El cielo protector. Paul Bowles



miércoles, 17 de agosto de 2011

Castillos en el aire

Microrrelato

No podía evitar pensar en él. Desde hacía tiempo andaba un tanto preocupada al temer que se convirtiera en una obsesión de las peores. Sí, una de ésas que creías tan sólo a flor de piel y que acaban enquistándose en lo más profundo sin darte ni cuenta. 

Hacía meses que se decía, “basta, deja de hacer castillos en el aire, algo así sería más difícil que vivir en uno de ellos”. Sin embargo, en su pensamiento él siempre ocupaba, al menos, el telón de fondo de cualquier escena. Le pasaba como cuando no le venía una palabra en el momento preciso. Entonces sabía que su buscador personal Moogle seguía en alerta hasta que la encontraba, tardara lo que tardara. Mientras tanto podía hacer lo que quisiera, porque nada era capaz de interferir en ese proceso imparable. De repente a las horas, le llegaba la dichosa palabra, sacada directamente de lo más profundo de su memoria, y se alegraba al saber que siempre había estado ahí (al igual que él).

Tenía la sensación de hacer algo malo cuando fantaseaba con aquella historia imposible. Llegaba incluso a ponerse colorada cuando era descubierta en una de sus ensoñaciones porque cualquiera hubiera podido leer en su rostro que estaba enamorada. Y es que, ¡había frenado tantas veces su pensamiento en seco para no construir los dichosos “castillos aéreos”…! No conseguir controlarlo le hacía verse tan débil y culpable como cuando la pillaban a una con las manos en la “argamasa”. 

Aquel reencuentro después de algunos meses sin verlo fue especial. Se abrazaron sin pensar en lo que les rodeaba, con la intensidad de una despedida para siempre. Cuando, en ese momento de confusión que precede a las emociones fuertes, intentaron darse los besos de rigor, de repente sintió la tibieza de sus labios sobre los suyos. Y el tiempo se paró y lo repitieron una y otra vez con la inocencia del primer beso. Entonces le dijo todo que había guardado en su corazón: los sueños en los que él aparecía casi todas las noches, las miradas sin que él se diera cuenta, los e-mails que le había escrito y que se acumulaban olvidados en la carpeta borradores de su correo,… Y que, aunque sabía que se trataba de un sueño como otra noche más, había decidido que no podía ni quería evitar pensar en él…

lunes, 8 de agosto de 2011

Colorín colorado

Hay historias sencillas, escritas con palabras sencillas que llegan a esa parte natural y común que tenemos todos los humanos. Sin ir más lejos, por ejemplo, nos encanta que nos relaten cuentos desde niños. Aprendemos cosas de la vida escuchando a nuestros mayores contándonos una y otra vez hechos fantásticos y otros que no lo son tanto. La tradición oral se mantiene de generación en generación de un modo tan arraigado que muchos nos llevaríamos la mano a la cabeza si conociéramos a un solo niño que no tuviera ni idea de quién es Caperucita Roja.  

También se ha llegado a otro acuerdo tácito que dice que hemos de continuar con los mismos ritos y tradiciones, que eso conforma nuestras raíces y nos asienta. Si miramos un año cualquiera vemos que repetimos las mismas acciones. Llegamos a veces a confundir la gente con la que estuvimos en una ocasión especial e incluso a tener la sensación de que el tiempo pasa muy rápido cuando nos encontramos de nuevo ante la mesa en Nochebuena o en la verbena de las fiestas del pueblo. Tenemos esta querencia y la defendemos a ultranza creyendo que lo que hacemos es lo mejor, que nuestros usos siempre han sido así y hemos de mantenerlos. Nos cuesta mucho romper o cambiar y, cuando somos capaces de hacerlo, hay una parte en nosotros que se siente un poco culpable. 

Desde mi más profundo y sincero respeto por las tradiciones y por todos aquellos que las viven (vivimos) intensamente, me planteo si no nos estarán marcando demasiado la vida. Nos llevan a seguir una secuencia ¿lógica? anual y a la misma vez nos dan seguridad. Digamos que, como todo está planeado de antemano, nos facilitan la vida y nos unen al grupo al que pertenecemos. Determinadas fechas se han convertido en símbolos cuando en realidad no son más que fracciones de tiempo como otras cualquiera. Simplemente nos hemos visto forzados a acotar el paso de los días para no perdernos en un caos temporal. Su sentido (religioso, histórico) se lo damos nosotros pero, ¿por qué le damos siempre el mismo? ¿Estaría bien variar al permitirnos no hacer todos exactamente lo mismo? Si las tradiciones no han existido siempre, ¿por qué nos aferramos a ellas con tanta fuerza, como si no hubiera ante nosotros una infinidad de posibilidades? ¿Sería una traición no seguir la tradición?

Cerrar con un final típico es lo que me sale en este momento por ser lo más cómodo y fácil.  Un “Se casaron y fueron felices” podría ser la guinda perfecta para este pastel o quizás simplemente un "Colorín colorado, este cuento se ha acabado", o no.

viernes, 22 de julio de 2011

Melodías con sabor a mar

Hay noches de verano que son realmente de verano. En ellas se confabula todo para que se queden marcadas en tu piel como el sol: una brisa ligera, el aroma de crema aftersun de los que te rodean, la serenidad interior, la cercanía del mar que se huele y además se nota por las gaviotas que sobrevuelan la ciudad,.. Si todo esto lo aderezamos con la música sugerente e hipnotizante de Ludovico Einaudi al piano, la velada alcanza lo inolvidable.

Anoche actuó este compositor en Cartagena durante dos horas acompañado de su grupo de virtuosos italianos y de la sección de cuerdas de la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia. ¡Un lujo vamos!

Esta mañana, desde la resaca que supone un concierto que te llega, quiero simplemente compartir con vosotros la música de Einaudi, al que hace poco que he empezado a escuchar gracias al regalo de un amigo. Sus melodías me acompañan en los momentos de silencio porque no me distorsionan sino que más bien me hacen sentir en una continua y verdadera noche de verano junto al mar.

miércoles, 20 de julio de 2011

Semillas de nube

Microrrelato

Surtido de semillas de nube
Entrar en aquella tienda supuso toda una revelación en mi vida. No se podía comprar nada que tuviera que ver con los productos a los que estaba acostumbrada, muy al contrario. Lo más parecido que encontré fue un yogur de sueños dulces (YSD) que al probarlo resultaba algo divino. No sólo te activaba el sentido del gusto sino que además se actualizaban en ti algunos de tus mejores recuerdos oníricos. Te hablo de una selección de esos sueños que te mantienen al día siguiente de buen humor y con una sonrisita de satisfacción imborrable.
Conforme recorrías los pasillos rodeada de unos artículos tan imaginativos notabas que no se trataba de tenerlos todos pues bastaba con encontrar el que te venía bien en cada momento. Voy a enumerar algunos de los que vi para que os hagáis una idea de lo que hablo. Había entre otros cientos: semillas de nube, pan de ternura, aromas de tu infancia, crema anti-estrés, bizcocho almibarado con prímulas, ensalada de sol de invierno, roscosquillas rellenas de risa, etc. Reconozco que me gustaría recordar otros tantos nombres pero siento que mi memoria, al quedarse tan impresionada ante tal descubrimiento, fue incapaz de albergar más detalles. Desde aquí no pretendo activar la vena consumista de nadie, ni mucho menos. Simplemente me encantaría que cuando veas un rótulo que diga "Farmagia" no pienses que se trata de una errata sin más. A veces una simple letra lo cambia todo.

miércoles, 13 de julio de 2011

Para mosquearse

Microrrelato

"¡Maldita mosca!", dije mientras daba un manotazo en balde al aire. "Vaya, parece que ya tenemos voluntario para salir a la pizarra, y sin pedirlo siquiera" dijo la profe de francés desde el otro extremo del aula. "Jo", refunfuñé yo por lo bajini mientras me levantaba con desgana  y avanzaba lentamente hacia el patíbulo. ¡Mira que se me daba mal el franchute ése que mi madre me había obligado a coger como optativa! "Nunca se sabe lo que puede pasar y, saber idiomas, siempre viene bien", me decía. 

A mi paso, el murmullo de mis compañeros hacía presentir lo peor y, aunque no sabía de lo que iba, sus risitas nerviosas demostraban que estaban contentos de no ser ellos los que se habían topado con una mosca inoportuna. "¿A ver lo que recuerdas del vocabulario para hoy? ¿Cómo se dice campana?" "Me suena", le dije, provocando una carcajada general en la clase. Pero para variar no se trataba de una de mis bromas. Era verdad que me sonaba pero mi cabeza no lograba colocar en orden las letras que paladeaba de manera absurda en la punta de la lengua. Las sabía todas (o, l, c, e, h, c) pero, intento tras intento, me veía incapaz de colocarlas correctamente mientras movía una mano de arriba a abajo como si tuviera en ella una campanilla para llamar al servicio. Debí resultar patético intentando hallar la combinación ganadora, pero la profesora no tuvo ninguna consideración con mi esfuerzo y me mandó sentar. Nunca nunca olvidaré que "campana" se dice "cloche" en francés. A veces la vida utiliza métodos bastante extraños para enseñarnos y, en esos casos, siempre es mejor aprender que mosquearse con ella.

viernes, 8 de julio de 2011

¿Hay alguien ahí?

Son muchas las veces que tengo ganas de hablar pero me callo porque intuyo que quien tengo delante no me va a escuchar, o mejor dicho, no me va a comprender. Todos queremos que nos presten atención cuando decimos algo y esa necesidad de expresarnos es natural en nosotros.

Entre las personas que conozco hay algunas que ni siquiera han escuchado mi voz porque he sido incapaz de meter ni una sola palabra en sus eternos monólogos, ¡y mira que suelo llevar en el bolso siempre un buen calzador para estos casos! Se muestran tan sumamente invasivas que acaparan, a poco que te descuides, la charla de la sobremesa, del café o de la cena sin opción a réplica. Como siempre llevan razón, piensan que los demás no tienen nada interesante que decir y, cuando podemos emitir algún sonido, aunque sea en versión SMS, nos miran con aire de no entender cómo se nos ha ocurrido decir tal sandez.

Los hay que en cuanto abres la boca ya te están aconsejando, enjuiciando,... e incluso me he encontrado con algunos que ni tan siquiera se dignan a mirarte mientras les estás contando algo.

Pero los que realmente me hacen gracia son aquéllos que siempre están peor que tú en un intento de quedar por encima con tal de ser los protagonistas, cueste lo que cueste. Si a ti te duele algo, a ellos les duele más. Si has tenido un problema con el coche, el suyo está siniestro total. A poco que te relajes puedes entrar en una espiral de catástrofes sin fin cuyo origen ha sido un comentario del tipo "He pasado mala noche" que deriva en un insomnio generalizado de todos los que te rodean en ese momento.

Además, si lo que cuentas es algo positivo, te interesa acabar rápidamente porque eso no tiene morbo. No dar carnaza supone que el nivel de audiencia baja drásticamente con posibilidad de perder tu puesto en la parrilla televisiva. Que las cosas te vayan bien, desgraciadamente, no está bien visto o mejor dicho oído.
Escuchar es todo un arte pero nadie nos enseña a hacerlo correctamente, de hecho nos lo muestran como algo tedioso. Un buen interlocutor demuestra el más profundo respeto por lo que dice el otro, sin pasarlo por sus propios descodificadores personales: no critica, no coge el protagonismo, no se entromete, no hace juicios de valor permitiendo al que habla sentirse mejor al final de la conversación. Pero, desafortunadamente, ante alguien que quiere/necesita hablar no siempre hay una persona dispuesta a escuchar y te dan ganas de decir: "Por favor, ¿hay alguien ahí?"

sábado, 2 de julio de 2011

Siempre conmigo

Me encanta observar a los que me rodean porque me permite comprenderlos mejor y aprender de ellos siempre algo diferente. Y me sucede, en esos ratos en que me entretengo en tales menesteres, que me imagino lo que estará pensando o sintiendo Fulanito o incluso Menganito. Lo que para mí podría suponer una situación incómoda me sorprende que sea algo maravilloso para otros y viceversa. He compartido con algunos amigos conversaciones muy profundas en lugares en los que todo te llevaba a banalizar. E incluso he mantenido charlas grises en rincones de tanta belleza que no me podía creer que el otro al mirarlo no sonriera sin más, olvidando lo que le preocupaba.

Con el paso del tiempo he aprendido que lo que nos rodea no es otra cosa que nosotros mismos. Todo lo percibimos desde nuestros sentidos, mediatizados por las experiencias previas del pasado y las emociones que ellas nos provocan. Imposible que dos personas vivan lo mismo en la misma situación. Por muy lejos que nos vayamos no podemos nunca movernos ni un milímetro de nuestro lado, con lo cual ¿de qué vale recorrer miles de kilómetros si antes no se ha preparado un buen equipaje?  Hasta que no nos damos cuenta de ello, somos capaces de ir de aquí para allá en un peregrinaje sin fin buscando fuera amor, reconocimiento, escucha e incluso cosas materiales que nos hagan ver la realidad desde una barrera segura y lo más cómoda y rosa posible. Y es que los sitios idílicos no hacen que nuestra vida lo sea, pero lo contrario también es falso. Las situaciones más desagradables no tienen por qué provocar en nosotros el mismo efecto. Quien lleva el timón no puede elegir el tiempo ideal para la travesía, pero sí poner buena cara al sentir la lluvia.

domingo, 19 de junio de 2011

Yes, you can

Hace un par de meses, en unos de esos momentos de lucidez, me asaltó de repente esta idea: dedicamos muchísimo tiempo de nuestras vidas a pensar exactamente lo mismo. Es una especie de ritual que nos da una "falsa" seguridad, como esas rutinas que les creamos a los bebés, para que todo sea previsible y encaje. Es decir, ante los mismos estímulos, las mismas respuestas. Si observamos nuestra lista de pensamientos mañaneros, por ejemplo, podemos ver que la variedad no es lo que más abunda. Normalmente nos proyectamos en el futuro inmediato y, mientras nos duchamos o desayunamos, nuestra mente se recrea en lo que hipotéticamente nos va a pasar en vez de deleitarnos y saborear lo que nos rodea. ¿Cuántos días aparecemos en el trabajo sin recordar lo que nos ha pasado en el recorrido? En esos trayectos con teletransporte incluido es como si nos hubieran llevado con los ojos vendados. Llegamos gracias a ese GPS interno que en momentos así, afortunadamente, todos tenemos incorporado de serie.

Hemos grabado a fuego nuestro cerebro pasando machaconamente por los mismos circuitos. Me recuerda esto a los antiguos discos de vinilo que eran imposibles de regrabar porque las hendiduras que recorría la aguja estaban premarcadas. Debías entonces conformarte con escuchar siempre lo mismo, te gustara o no, incluso, si se pasaba de moda, el cantante en cuestión no alteraba en nada su repertorio. Pero quedarme con esta comparación sería muy derrotista y para colmo no respondería en absoluto a la realidad ni a las posibilidades que nos brinda nuestro cerebro. Las últimas investigaciones están demostrando que las neuronas siempre siguen abiertas a nuevas sinapsis, a nuevos aprendizajes, así pues, tengamos la edad que tengamos las podemos ejercitar. Nuestra mente es flexible y dinámica de tal forma que lo que hemos grabado en ella se puede variar, si queremos. A veces, un buen "reseteo" en algunos archivos que están forzando el sistema a pensar cosas negativas no nos vendría nada mal. Si en un momento determinado de nuestra historia personal fuimos capaces de crear los enlaces que nos hacen tener pensamientos negativos ante determinados estímulos, ¿por qué no vamos a poder reformular lo que nos llega para poder ver la realidad con todos sus colores y no siempre tamizada con los mismos filtros distorsionadores aprendidos? 

Si somos conscientes de la plasticidad de nuestro cerebro, no podemos hacer otra cosa que sonreír y aprender a manejarla. El dejarse ir, el hacer las cosas porque siempre se han hecho así, el decir y pensar lo mismo una y otra vez son una opción, pero ¿quién quiere un disco de vinilo pudiendo contar con un CD regrabable?

martes, 14 de junio de 2011

Piérdete en la red

Información hasta en la sopa
Cuanto más pienso en todo lo que hay para leer en libros, revistas e internet, más increíble me parece que ahora estés dedicando un poco de tu tiempo a la lectura de este blog. Todo está tan diversificado que la capacidad de elección a veces se queda bloqueada por no saber qué carta escoger. La información que nos desborda nos hace vernos pequeños ante esa infinidad de posibilidades abrumadora a la vez que dueños de nuestras decisiones. Digamos que ya no tenemos que ir todos por el mismo sitio y que incluso podemos crear nuestro propio espacio en la red para colgar lo que nos venga en gana y compartirlo (o no). Se ha llegado a la máxima especialización, al más mínimo detalle y en algunas ocasiones resulta complicado encontrar lo que quieres. A todos nos ha pasado que de repente llegamos a sitios y no sabemos qué idea o página nos ha conducido hasta allí. En momentos así te sientes como si un Ali Babá cualquiera hubiera dicho la palabra mágica que te permitiera acceder a su guarida por arte de birlibirloque. Navegar por el ciberespacio es tan variable y voluble como nuestro pensamiento, una cosa te lleva a la otra, en una relación de ideas erráticas que pierde el hilo a menos que te descuides o te pares a mirar. Lo maravilloso de estos paseos sin brújula es que te sientes como un explorador de los de antes, de ésos que se iban a descubrir las Américas sin mapa y con toda la capadidad de sorpresa intacta.

Cuando has recorrido un camino en la red y has encontrado eso que buscabas (o tal vez no, pero que por lo que sea te ha gustado), lo mejor es marcar la ruta de acceso con miguitas de pan como en el cuento por miedo a perderla. Como solemos desconfíar de nuestra memoria ante esas direcciones complicadas, pues creemos que no nos dan las neuronas para tanto, cogemos y las guardamos en favoritos. Aquí es donde viene lo peor del caso ya que esa lista es tan larga que la nueva ruta vuelve a disiparse y nunca más se supo. Haría falta otro prospecto donde te recordaran para qué vale cada página, cuándo conviene abrirla y sus posibles efectos adversos, si los hubiere.

Tengo que decir aquí que yo me pierdo tantas veces que preferiría decir que me dedico más bien a vagar. Sencillamente me gusta la sensación de ir sin rumbo, teniendo como único radar mi intuición para elegir en cada momento y a cada paso. A veces te sorprende que lo que encuentras a lo mejor ni siquiera lo has buscado y viene a darte justo la respuesta a alguna cuestión que te ronda la cabeza.

Si te paras a pensar, que hayas llegado hasta aquí en tu lectura es una decisión muy difícil para ti y a la vez algo muy halagador para quien escribe. Gracias. Una última cosa, cuando salgas ahora del blog, por favor, ¿te importaría dejar la puerta abierta para que puedas volver a entrar sin tener que llamar?

sábado, 11 de junio de 2011

Flash back

El sonido de la auténtica máquina de escribir me ha acompañado desde la infancia. Mi padre tenía un trabajo en el que la utilizaba a menudo y recuerdo como algo muy familiar que, de la parte de abajo de la casa, en forma de eco apagado y a la vez amplificado por el hueco de la escalera, viniera a formar parte de la atmósfera cotidiana el "tiquitac" de sus letras aderezado por los ¡cling! correspondientes de fin de renglón. Me doy cuenta de que, hasta que no pensé en escribir sobre ello, este recuerdo sonoro ha permanecido mudo en mi memoria. 

Me maravillaba ver la agilidad con la que se movían sus dedos por el teclado, con esa maestría que dan tantos años de oficio pero que, desde mis ojos de niña, siempre me parecía algo mágico, porque ¿cómo sabía qué tecla tocar? ¿en qué orden para que el abanico de hierros centrales, con sus letras mayúsculas y minúsculas en relieve a la manera del hemiciclo de una pequeña Real Academia Española, no se convirtiera en un amasijo inservible? Creo que nunca le he hablado a mi padre de esa envidia mía al verlo escribir sin dudar, con todos los dedos conjuntados tan armoniosamente. Lo que sí sé es que me ponía muchas veces a su lado para ser la primera en leer las palabras recién horneadas que, después de haber sido amasadas por aquel rodillo de goma oscura que él llamaba carro, salían a escena alegres, justo en el momento que les correspondía. Era asombroso que de repente la tinta negra se convirtiera en roja con un simple clic que hacía que la película fuera tecnicolor, perdón bicolor. Además, si quería hacer el duplicado de un documento, utilizaba un papel que te ponía los dedos perdidos si lo tocabas por el lado que a él no le venía bien y que, además, era la prueba irrefutable de que habías estado espiando en su despacho. 

Ahora, todas estas proezas han perdido parte de su brillo frente a las posibilidades que nos brinda cualquier programa de edición de textos.  Sin embargo, para mí, mi padre sigue siendo ese héroe capaz de escribir páginas enteras sin errores, ni tachones y sin típex, no porque él se negara a usarlo sino porque no existía ese líquido blanco que  purifica y todo ¿apaña o amaña?

Cuando estudiaba la carrera, me regaló una máquina de escribir de esas de hierro colado que pesaba lo suyo. Tenía su sitio en mi mesa de estudio no porque estuviera reservado para ella sino por no moverla. En contra de todo pronóstico, funcionaba perfectamente y, desde aquí, quiero aprovechar para pedir disculpas a mis vecinos que tuvieron que aguantar mis noches de prisas y de trabajos finales con tecleteos a deshoras. No comprendí que nunca se quejaran ni dieran escobazos en el techo como suele pasar en las películas.

Comentaba el otro día a un amigo que siento un verdadero placer mientras tecleo con el ordenador. Tal vez sea la secuela de tantas horas de exposición a esas máquinas de escribir de antes o a que tengo tan mala letra que me gusta ver lo ordenado que se queda todo, no sé. En cualquier caso, el sonido rítmico que se entrecorta cuando busco una idea o esa palabra precisa, entre todas las que luchan en mi cabeza por formar parte del texto o la ligera presión de mis dedos en cada tecla son ya, de por sí, una experiencia maravillosa.  Me parece que compongo una melodía que suena en este piano de cuerdas rotas que no es otro que mi ordenador para el que cualquier idea supone la partitura perfecta. Al teclear me oigo, me leo, me escribo, me creo (de los verbos creer y crear). ¡Cling!

martes, 7 de junio de 2011

Vidas en espejo

Microrrelato

Aprendemos imitando, copiando lo que los otros hacen, pero no amamos de la misma manera. La historia que os cuento en esta tarde lluviosa de junio es precisamente un reflejo de esta afirmación, mejor dicho negación.

No los conocí personalmente, pero las malas lenguas dicen que esta “desaventura” amorosa no podía acabar de otro modo. Para estos compañeros de trabajo en una oficina de tres al cuarto, saber que el otro había estado en el mismo sitio un poco antes, les hacía cerrar los ojos y buscar a ciegas los últimos retazos de su perfume, mientras que una sonrisa les adornaba el rostro. Aunque se hablaban poco y con frases entrecortadas, incomprensiblemente, querían a toda costa que sus conversaciones, llenas de silencios incómodos, fueran interminables.

Pero iré al grano.  Sin saberlo, empezaron el mismo día al unísono, después de haberse hecho con los datos necesarios, a imitar al otro para sentirse más cercanos. Si él sabía que ella iba tal día a unas clases de tenis, él buscaba un entrenador con el mismo horario. Que él leía el libro “Sin ti no sé vivir”, ella leía “Yo tampoco”. Intentando completar su tiempo con las actividades del otro, terminaron por dejar las propias de lado. Se confundía lo "suyo" con lo "suyo". De repente sus vidas eran tan similares que, si se les hubiera grabado con cámaras de manera simultánea, uno y otra eran otro y una.

Fueron perdiendo por el camino, sin darse cuenta, sus propios intereses, gustos e incluso necesidades. Su única meta diaria consistía en recabar la información deseada para poder seguir con su vida en espejo. Sorprendentemente, conforme avanzaba este juego, se iban quedando paralizados porque ninguno tomaba la decisión de hacer nada por sí mismo, ya que sus tardes sólo tenían sentido si se imitaban. Según un acuerdo tan tácito como otros muchos, tomar la iniciativa estaba prohibido. Se pasaban las horas imaginando qué estaría ocupando los pensamientos y las horas del otro. Y así, ingenuamente y sin saberlo, llegaron por casualidad a hacer siempre lo mismo: Pensar en el otro y estar anestesiados. Sus vidas se convirtieron en el reflejo estático de un espejo que, ni siquiera, les permitía tomar la decisión de proponer una cita o de hablar de los propios sentimientos. Entraron en uno de esos bucles infinitos que cada mañana los devolvía al mismo sitio, pero cada vez más frustrados y baqueteados por aquella marea estéril  por la que se dejaban mecer. Desde el otro lado del espejo, cuando uno decía AMOR el otro entendía ROMA.

sábado, 4 de junio de 2011

¿Café para todos?

Hoy me apetece contaros una anécdota que una compañera del curso al que he asistido esta semana quiso compartir con los que allí estábamos. Decía que un profesor de ciencias naturales, para explicar la lección dedicada a los peces, pidió a sus alumnos que trajeran una sardina al día siguiente al colegio. Una vez que hubo acabado con la práctica y, estando la clase a punto de terminar, le sorprendió que uno de los chicos preguntara: "Maestro, y ahora ¿qué hacemos con la sardina? ¿Nos la comemos?" En una respuesta automática, llena de perplejidad, el profe le contestó: "Pero vamos a ver Fulanito, ¿tú en casa te las comes crudas?" Y el chaval, con toda la sinceridad que supo darle a sus palabras dijo: "Claro que no, pero esto es la escuela..."

Sé que intentar darle más sentido con mis explicaciones a esta historia, ya de por sí tan evidente, puede llevarme a rizar el rizo y, tal vez, debería dejarlo aquí para que cada uno sacara sus propias deducciones. Pero lo siento, no me voy a callar. Yo, como profesora, me pregunto muchas veces si lo que estamos intentando enseñar a las futuras generaciones les servirá a “todos” en el futuro, si el sistema no está demasiado alejado de la realidad de los alumnos, si no damos demasiada importancia a los contenidos y a hacer las cosas como mandan los cánones educativos heredados. ¿No habrá llegado el momento de cambiar, de acercarnos a sus intereses, a sus necesidades, de prepararlos para la vida real? Haciendo un cálculo rápido, un adolescente, cuando acaba la ESO, lleva a sus espaldas unas 11.000 horas sentado en un aula (y digo espalda porque estaría feo hablar de otra parte del cuerpo), esto sin contar las dedicadas al estudio y los deberes en casa. El sistema atrapa el docente y a los niños y les pasa inevitablemente su rodillo sin tener en cuenta que no todos son iguales, que a algunos el rodillo simplemente les produce un ligero cosquilleo sin sacar lo mejor de ellos; a otros los aprisiona y los deja frustrados por no poder seguir el ritmo y a otros, a los que no quieren pasar por el aro, ni siquiera los roza porque lo que allí ocurre les es tan ajeno como lo sería una clase de Astrofísica para mí. 

El aula es un espacio, la mayoría de las veces, ficticio y artificial que no da al alumno las herramientas que le harán falta más tarde para gestionar su vida y ser feliz que es, a fin de cuentas, para lo que hemos venido aquí. Yo abogo por una preparación integral de personas que enseñe, eduque y potencie no sólo la inteligencia y los datos sino también todo aquello que nos hace seres irrepetibles con emociones, ilusiones, gustos...  Si "el café para todos" no convence ni nos deja a todos satisfechos, ¿por qué no ampliar la carta y mirar la educación con otros ojos?

jueves, 26 de mayo de 2011

¿Me ves?

Microrrelato

Éramos tan jóvenes que ya casi no me alcanza a recordar los detalles que acompañaron aquel momento fugaz. Yo volvía del instituto embutida en mi talla 34 (talla que abandoné en una de esas operaciones bikini infructuosas y a la que nunca he podido volver entrar) y me dejé acompañar por un amigo de la panda. No había que ser muy astuto para darse cuenta de que, últimamente, me estaba empezando a hacer tilín, aunque me acercaría más a la realidad si dijera tolón. Me preguntaba si simplemente le caía bien o a él también le pasaba como a mí, que los recreos se me quedaban cortos, que allí donde se posaba su mirada se me quedaba marcada aquella sensación inolvidable durante algunos segundos, justo hasta después de soltar un suspiro y recuperar mi color natural. Algo en mí me decía, que "sí tonta que le molas" pero yo erre que erre con mi complejo de invisibilidad. Para aquéllos que no controlen este término inventado por mí, diré que se produce cuando un sujeto, en este caso sujeta, cree ser tan insignificante que imagina que pasa desapercibida para los demás y ha de ir continuamente presentándose de nuevo, porque no está segura de que la recuerden. Ignoro si este complejo aparece recogido en algún manual pero tampoco me importa pues, exista o no, yo era la más grande de las magas, una Copperfiled adolescente de primer orden. Pensar que un chico pudiera reparar en mí ya era mucho, pero que además le gustara, eso sobrepasaba toda la teoría de la invisibilidad que, hasta aquella época, mi vida había confirmado con rotundidad.

Llegando a casa, notaba que nuestra respiración se aceleraba, que el silencio estaba lleno de todo lo que no hacía falta decir, pero que él se empeñaba en ocupar con palabras, en representar el papel de "chico se declara a chica". Creo que para los dos era la primera vez y, claro, no podíamos echar mano de ninguna experiencia previa porque nuestro pasado inmediato desembocaba directamente en la infancia. Yo hacía como que buscaba las llaves para darle tiempo, mientras que él seguía tartamudeando algo así como: yoyoo, bubuueno..., una retahíla interminable. De repente, respondí a su no-pregunta: "Sí, claro que quiero salir contigo". Entonces, sin dar opción a nada más que a una gran sonrisa, salió corriendo y él también se hizo invisible en la noche.

jueves, 19 de mayo de 2011

Lila

Microrrelato

Quien me conoce personalmente sabe de sobra que tengo debilidad por el color lila. De repente, desde hace unos años, todo aquello que es de este tono me atrae y no lo puedo ni quiero evitar. Hoy, en primicia, os voy a contar el verdadero motivo que me hizo ser de la liga de las mujeres “lilas”. Sí, porque entre nosotras nos reconocemos y nos sale espontáneamente llamarnos así ya que hay un hilo invisible que nos une.

Todo sucedió una tarde de invierno en la cola de un cine de barrio, de ésos que ya no quedan. Sentí unos golpecitos en la mano derecha tan ligeros que, hasta que no se repitieron varias veces, no me hicieron reaccionar. Al principio, al mirar hacia abajo no había nada que los hubiera podido provocar, pero me llamó la atención un haz de luz lila que se proyectaba en el centro de mi mano. Era como esos puntos que lucen en la frente las gentes de la India. Resultaba curioso que, aunque movía la mano, el rayo permanecía en el mismo sitio, me perseguía. Pensé que se trataba de una broma, que alguien quería reírse a mi costa. Sacudí entonces infructuosamente la mano, como quien no quiere la cosa, para espantar aquel lunar violáceo, imborrable como un tatuaje. No sabía qué pensar ni qué hacer así que me puse los guantes para intentar romper el conjuro y que la luz no pudiera atravesar el tejido, aunque yo presentía que seguiría allí pues una sensación extraña me permitía localizarlo incluso a ciegas. 

Pasaban los días y yo escondía mi mano derecha de todas las miradas, algo que por cierto, al ser zurda, no me resultaba muy complicado. Su presencia era para mí un estigma al creer que me convertía en alguien diferente y raro. Pero, poco a poco, me acostumbré a mirarlo a escondidas porque poseía un magnetismo que lo hacía irresistible e incluso me gustaban las sensaciones que me transmitía. Cuando en una tarde de confidencias me atreví a mostrárselo a mi mejor amigo, me sorprendió que, en lugar de reírse o burlarse como yo esperaba, me dijera sonriendo: "Todos sabíamos de la existencia de esta luz lila pero, hasta ahora, tú eras la única incapaz de percibirla. Ha hecho siempre de ti un ser muy especial porque, aunque tú no la vieras, formaba parte de tu encanto personal". Mi luz era lila pero me han dicho que las hay de todos los colores, así que ya sabes, cuando descubras la tuya o si ya lo has hecho, no te avergüences y compártela con los demás.

domingo, 15 de mayo de 2011

Miles de miradas

Cuando conozco a alguien, una de las primeras cosas en que me fijo es en sus ojos, en su mirada. De hecho, si llevo puestas las gafas de sol, me las suelo quitar para mostrarme tal como soy, sin tapujos, procurando mirar al que me habla. Se puede decir algo con palabras y justo lo contrario con los ojos o incluso llegar a matizarlo. Aquí, la comunicación no verbal gana por goleada y descifrar este código paralelo tan potente puede llevar consigo muchos años de observación, de deducciones muchas veces erróneas.

Es impresionante lo que se puede sentir ante ellas: algunas matan, otras dan la vida, unas te queman mientras que otras te encienden. Me encantan aquéllas que, aun estando perdidas, buscan algo. He tenido la suerte de recibir incluso de esas miradas que condensan en ellas los otros cuatro sentidos porque son capaces de escuchar en silencio, acariciar, hacerme saber a manzana fresca y emanar el aroma más irresistible que haya percibido nunca. Gracias por ese escaso regalo tan valioso.

No somos conscientes del poder que tienen hasta que de repente un buen día, al notar la mirada de alguien, sientes que te besa desde la distancia, o que incluso eres capaz de hacerlo tú misma porque así te apetece. Pero, si algo me parece mágico es encontrarme cara a cara (ojo a ojo) con la de un niño. Entonces, inevitablemente, enmudezco y sonrío cuando reconozco en ella el origen de la vida y también su sentido. Es un momento tan intenso y sencillo a la vez que, como otras muchas cosas importantes, no se puede describir con palabras.

lunes, 2 de mayo de 2011

Sin red

Microrrelato 

Recuerdo el día en que me encontré por primera vez con la que más tarde sería "ella". Era una tarde gris y me atormentaba pensar que aquella cita a ciegas se aguara porque teníamos previsto tomar un café en una de las terrazas del centro. Todo lo que habíamos compartido hasta el momento se hallaba en la red y nuestras palabras virtuales podían recogerse en unos cuantos archivos de un CD. Describir mi estado de nervios los días previos hubiera sido una tarea fácil, pero intentar resumir los millones de pensamientos que se agolpaban en mi cabeza desde que aparqué el coche a unos cientos de metros de nuestro lugar de encuentro, hubiera sido un reto harto imposible. Preparé cada detalle. Pensé que todo saldría bien mil veces, aunque debo de reconocer que otras tantas creía que estaba como una cabra, que era absurdo haberme encaprichado de una foto y de unos pocos encuentros en la red que, eso sí, me habían calado y resonado profundamente. Hacía bastante tiempo que estaba solo y la idea de volver a empezar una historia me tenía dividido entre el dejarme llevar y el  ser tan frío como el hielo.  De lo que sí me daba cuenta era de que me sentía como un crío de 16 años, y os aseguro que no era esa mi edad en aquel  atardecer ni mucho menos (muchos más).

Todas las mariposas que se agitaban inquietas en mí se quedaron paralizadas en su vuelo aleatorio cuando la vieron aparecer entre la multitud. No sé si se ralentizaron ellas o simplemente mi mente me permitió, generosa, conservar ese recuerdo a cámara lenta para poder rememorarlo todo después más fácilmente. Bastó una sonrisa de reconocimiento mutuo para que todo cobrara sentido y no me importara lanzarme al vacío, esta vez sin red.

sábado, 30 de abril de 2011

O,O% Miedo

A veces me pregunto si no se podría medir también nuestra tasa de miedo al igual que los niveles de otras sustancias en nuestro organismo. Estamos todos de acuerdo en que conducir bajo los efectos del alcohol, por ejemplo, debe estar penado porque afecta nuestra capacidad de reacción, hasta ahí todo bien. Pero yo iría más allá, ¿somos capaces de actuar con autocontrol ante situaciones que nos producen miedo? Tres respuestas frente a ellas son posibles: Atacar, quedarse paralizado o huir, como lo haríamos ante cualquier peligro real. No obstante, son tantas las veces en que ese monstruo feroz que nos aterra no está más que en nuestra cabeza que la mayoría de nuestras reacciones nacen de un impulso incontrolado, de una respuesta automatizada a lo largo del tiempo. Todo está preparado en nosotros para que nuestro cerebro actúe lo más rápidamente posible y nos salve en las situaciones peligrosas. Pero, ¿puede alguien decirme qué tiene de peligroso salir a la calle, un insecto volador o una serpiente? Parece increíble que exista tanta gente con dificultades para llevar una vida normal por el simple hecho de no poder razonar y apaciguar sus miedos.
Desde pequeños se nos previene de todas las amenazas que podrían poner en peligro nuestras vidas e incluso, a veces, se inventan riesgos ficticios para tener a los niños controlados (el lobo, el médico, el policía). Meter el miedo en el cuerpo es algo que ha estado de moda y que ha hecho mucho daño a la sociedad y a cada uno de nosotros.
No sé si habéis visto la película de dibujos "Kirikou et la sorcière". En ella, el protagonista, un niño muy valiente, debe ir a los alrededores de la casa de la bruja para recoger unas flores que podrán salvar a su madre. Hay un amigo que le pregunta si no tiene miedo y él, muy tranquilo y convencido, le responde: "Sí, pero eso no es una razón". La verdad es que el miedo está dentro, no fuera y la única manera de ahuyentarlo es hacerle frente, dar la cara y mostrarle que fuera sólo hace un día estupendo y nada nos lo va a estropear.

miércoles, 27 de abril de 2011

Lazos




Vicky Gastelo
Las relaciones humanas están basadas en vínculos tan variados como el número  de personas que conocemos a lo largo de nuestra vida. En este carrusel de cintas de colores encontramos dependencias, amistades, enamoramientos fugaces, apegos, amores (platónicos), relaciones positivas y otras que vampirizan. En esta canción que quiero compartir hoy se hace un buen muestreo de lo que hablo.

Muchas veces confundimos los lazos que unen con las cadenas que aprisionan porque en ellos encontramos la ¿seguridad?, el reconocimiento, el bálsamo para nuestras heridas pero a menudo "aprietan tanto que causan dolor", como dice esta canción.

A cada uno nos toca tirar de la cinta de cada lazo que nos acerca a los demás y ver si nos deja ser quiénes realmente somos y crecer "hasta llegar al sol" o si por el contrario nos amarra y nos ancla en las profundidades. ¡Menudo enredo si tiramos de todas a la vez!

sábado, 16 de abril de 2011

¿Sueños?

DR
¿Quién dibuja mis sueños?
Imágenes, voces, gentes nuevas
me colman las sienes
en esas horas de huida.
Acompañan luego mis días
tan de cerca, tan vívidos
que conmociona.
¿Qué significáis?
¿Adónde vais si despierto?
¿Mi pobre imaginación os inventa?
Algo me dice que sois
mi propia silueta distorsionada,
la clave de una huella en la arena.

viernes, 8 de abril de 2011

Lo que no decimos...


Lo que no decimos, lo que callamos se queda dentro y se convierte en lastre. Hay tantas ideas que reprimimos, tantos gestos que quedan sepultados por el miedo y las convenciones  que a veces, muchas veces, no sabemos si nuestra relación con la realidad es la correcta y por supuesto la menos dañina y fraudulenta. Has de ser lo que te han dicho que tienes que ser, dar la respuesta esperada en todo momento y además no salirte de la norma: la espontaneidad está mal vista y, si te ven acompañada de ella, ya sabes, dime con quién andas…

Cuando comparas lo que expresas con lo que piensas, te sientes como el iceberg que saca a la superficie la mínima parte de su ser para poder mantenerse a flote. Aunque se mueva por aguas cálidas, él se empeña en su frialdad, porque le han dicho que los cambios de temperatura no le van a venir bien. Con esa misma rigidez nos movemos por miedo a desconfigurarnos o a que la imagen que los demás tienen de nosotros se vea perjudicada.

Yo, sinceramente, no quiero ser iceberg. Prefiero ir derritiéndome llevada por la corriente para dejarme modelar por ella y volver a ser lo que me conforma, agua. El agua del ciclo de la vida: la que corre, cae, salta, acaricia, refresca, reconforta, fluye... E  incluso aquélla que se convierte en iceberg  para volver a empezar de nuevo.

jueves, 7 de abril de 2011

Azahar

Lo siento, sólo os puedo ofrecer la imagen.

Es un aroma que ha pasado muchos años desapercibido para mí, tal vez porque me fijaba más en los otros sentidos o quizás porque estaba en otras cosas menos importantes, seguro. Sin embargo, cuando pienso en Murcia en esta estación, mi memoria olfativa lo evoca instantáneamente, digamos que es la banda olorosa de la película de mi vida en esta ciudad.

Esta tarde, como aquel que busca la sustancia que le hace sentir mejor, me he paseado por el Valle de Ricote que está reventón en estas fechas. Abrir la ventanilla del coche en una tarde primaveral, con una temperatura que se diferencia de la mía lo justo  para que pueda ser consciente de ese ligero contraste que vivifica, y dejarse llevar por sus caminos intrincados son algunos de esos lujos visuales al alcance de cualquier nariz. Es más, poder contemplar ese paisaje lleno de curvas que al tomarlas más bien se respiran, pasear entre naranjos y limoneros en flor y evocar  sensaciones guardadas en el baúl de los recuerdos, conservadas gracias a su aroma, supone una experiencia irrepetible y a la vez familiar, os lo aseguro.

Me viene a la memoria que mi abuela guardaba en su cofre de ropa de cama el ramo de azahar que llevaba el día de su boda y que sacaba de vez en cuando orgullosa para enseñármelo. Debo admitir que he pasado muchos años engañada porque aquel ramillete de flores de cera no olía a nada, bueno sí, a las pastillas de jabón Heno de Pravia que ella ponía entre las telas, así que, por mucho que me hubieran dicho que ese aroma era maravilloso, al llegar a Murcia no podía relacionar la fragancia envolvente de la ciudad con aquellas pequeñas flores. El perfume se adaptaba tan bien al escenario como una buena banda sonora a su película, pasando casi desapercibido pero confiriéndole una intensidad y unos matices particulares. Afortunadamente, me di cuenta de que no vivía en un documento de cine mudo sino en una trastienda de perfumería, porque Murcia huele a azahar, a azahar en primavera.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Círculos


Últimamente tengo la sensación de que en la vida hay círculos que se cierran justo cuando deben  para que se puedan abrir otros que, de otro modo, no tendrían sentido. El hecho de conocer a alguien en un determinado momento, de leer un libro cuando mejor lo vas a entender y tener así la capacidad de saborearlo como se merece, de reencuentros que parecen coincidencias... son algunos de los hechos que llenan nuestros días y permiten conservar nuestra capacidad de sorpresa en activo, aunque a veces cueste.

Cuando hoy me han regalado la película "José y Pilar" no podía imaginar que otro círculo estaba a punto de cerrarse. Se trata de un documental grabado a lo largo de tres años en los que Saramago estaba escribiendo "El viaje del elefante". Esta cinta nos ofrece un testimonio conmovedor donde vemos el lado más humano de una pareja sobre la que también se podría escribir un libro. ¡Lástima que ya no esté él para narrarla! Pero nos queda en la retina su imagen acariciando la mano de su mujer con todo su cariño y con la premura del tiempo que se le escapaba entre los dedos o las lágrimas incontenibles al visionar la adaptación al cine de "Ensayo sobre la ceguera", entre otros. Él dice que todo lo bueno en su vida le ha pasado tarde: empezó a escribir novelas a la edad de 60 años y conoció al que fue el amor de su vida, su alma gemela, a los 63, edad en la que la mayoría de nosotros nos preparamos para disfrutar de una jubilación tranquila anclados en el mundo de los recuerdos, incapaces de crear nuevas experiencias iguales o mejores que las acumuladas por el paso del tiempo. Me maravilla que él se dedicara a escribir con esa intensidad que le caracteriza, a vivir y a ser en sus últimos años feliz.

En mi caso, al leer el libro sobre el viaje de este paquidermo, se cerró el círculo que me ha permitido paladear y comprender la película con más profundidad. Mi relación con su literatura siempre ha sido así, no la he buscado, se me ha presentado ante los ojos cuando ya estaba preparada. En palabras del propio Saramago: "Siempre acabamos llegando a donde nos esperan" algo que nos permite disfrutar de nuestro camino sin la inquietud del que busca sino con la certeza de que las posibilidades están aguardando su momento para entrar en escena. ¡Feliz viaje a todos!