domingo, 2 de octubre de 2011

Lecciones de vida

Son pocas las ocasiones en las que, sin saberlo, podemos llegar a cambiar la vida de otra persona o, si no tanto, al menos remover de alguna manera sus cimientos. Lo que me maravilla de este hecho es que  normalmente no hay intención de provocar tal efecto. Es curioso que lo hacemos sin hacerlo porque no nos damos ni cuenta de que, al decir la palabra adecuada, con la entonación perfecta y justo en el instante oportuno, el que nos escucha deja abiertos todos sus canales para dejarse inundar sin barreras. Puede que haya oído eso mismo que le decimos cientos de veces, pero en cada una de ellas le había sonado a chino o a algo aún más incomprensible. No se puede explicar por qué de repente se enciende para él una luz que le permite ver claro, esa luna llena en una noche sin rumbo.

Como profesora, o mejor dicho como educadora, he prestado mucha atención a lo que decía y hacía en el aula. Desde siempre he sentido sobre mí una gran responsabilidad ya que me relaciono todo el tiempo con adolescentes y jóvenes. Mis alumnos se están formando no sólo en conocimientos sino también y sobre todo como personas. Para bien o para mal yo estoy ahí. Pero a la vez me considero una privilegiada por ello pues entro en sus vidas sin llamar, establezco con cada cual una relación diferente y además aprendo continuamente con/de ellos cosas nuevas. Conforme ha pasado el tiempo he sabido valorar la diferencia como algo positivo, como el derecho que tenemos a la individualidad. Esta idea tan evidente ahora en mi época de estudiante era impensable. Entonces, te difuminabas entre la masa de compañeros y (casi) ningún profe atendía a los ritmos diferentes porque se hacía tabla rasa. No importaba que te sintieras mal, lo que contaba era sacar buenas notas. No me apetece repetir los mismos cánones, eso también lo he aprendido.

Todos recordamos esa frase o la actitud de una persona cercana que nos ha marcado para bien (o para mal, cosa que también ocurre) en nuestra propia percepción o que nos ha hecho recapacitar. Podríamos hacer una lista con todos los que con su ejemplo (o contraejemplo) nos han enseñado a vivir mejor.  Nos sorprendería ver que no se trata de un listado muy amplio pero que está repleto de encuentros que se nos han quedado tatuados con tinta invisible. Lo que une a esos seres es la no intencionalidad en lo que hacían, y lo que resulta alucinante es que nos lo han transmitido naturalmente, del mismo modo que se aprende una lengua materna.


Desde este rinconcito de la globosfera quiero darles las gracias a esas personas, muchas de ellas anónimas, que me han permitido ser la que soy hoy. Por esa sonrisa amiga, por ese apretón cariñoso en el brazo en los momentos duros, por esa palabra de reconocimiento, por esa mirada cómplice,… Incluso los hay que me enseñaban que no siempre hay que seguir el ejemplo porque un buen contraejemplo era igual de efectivo: haz lo que digo y no lo que hago. A todos ellos, simplemente gracias.

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