martes, 13 de octubre de 2020

Playa de la Isla



Recuerdo cuando fui por primera vez al mar. Tendría unos 8 años. Como vivíamos en el interior hacía falta levantarse muy temprano. Emprendimos, aún de noche, una aventura que nos llevaría a un sitio que solo había visto desde los ojos de otros. No podía imaginarme allí realmente. Éramos 7 herman@s y nos acompañaban unos amigos que eran como de la familia. En unos Citroën 2CV, el coche de moda de la época, costaba subir el puerto de La Cadena y, viendo que se quedaba frenado, movíamos el cuerpo hacía delante intentando impulsarlo desde dentro. 

El olor a mar llegó antes que la playa. Algo que no había sentido antes se movía en el aire. Intentaba relacionarlo con algún recuerdo para poder archivarlo correctamente, pero nada, tenía entidad propia. Así pues, abrí una sección nueva en mi memoria, en la letra M: MAR. No solo mi olfato descubrió algo nuevo ese día, también mi gusto. Lo primero que hicimos fue probar el agua a ver si estaba salada. Reímos al hacerlo pues no nos habían engañado, ¡A veces nos venían con cada cuento a los niños...!

Nuestra vista también se quedó sorprendida ante esa cantidad de agua que se movía sobre sí misma y no se salía del hueco en el que estaba. Deseábamos seguir investigando y nuestros ojos querían ver el fondo marino, como en los documentales de Cousteau. Claudicamos pronto al notar la salinidad del agua que superaba con mucho el efecto del cloro de la piscina, ante el que estábamos inmunizados. 

Escuchar las olas también fue una grata experiencia. Ese sonido rítmico y arrullador rompía contra las rocas y los cantos rodados una y otra vez sin mostrar el más mínimo cansancio. ¿Era el corazón de la tierra? 

Pero claro, no todo podía ser perfecto... cuando vimos que la orilla era de piedras de varios colores... se nos desvanecieron de golpe todos los castillos de arena que se quedaron en el aire. 

Hoy he regresado a esa playa, después de varios decenios. La he visto pequeña. Los recuerdos se han agolpado en forma de imágenes brillantes, sonrisas cómplices con mis padres, olores y sabores de merienda casera, sol y agua salada, y he comprendido todavía más cuánto amor me ha traído hasta aquí de nuevo. La vida es una ola que va y viene a la orilla de vez en cuando para que desde allí comprendamos lo afortunados que somos de poder navegar en ella. 


A mis padres, esos seres maravillosos que siempre están en mí. Gracias.

sábado, 26 de septiembre de 2020

Tímidamente

Llegas envuelto del olor de la mañana
y yo te respiro a manos llenas.
Hoy mi timidez se ha quedado en casa
como te prometí ayer.
Sé que estará un poco enfadada
por no ver tu sonrisa,
ni sentir las caricias
que no nos regalaremos...
La tuya sí que te acompaña
y me mira recelosa.



lunes, 14 de septiembre de 2020

Día de margaritas



Una brisa suave se mueve en la planicie y trae aromas de todas las primaveras. Es un día soleado, lleno de luz, la temperatura perfecta. La alegría de los reencuentros envueltos en vestidos nuevos de todas las gamas de colores se escuchan aquí y allí. Cada cual se ha esmerado para celebrar esta boda. Ellos, los afortunados, todavía no han llegado y nos dedicamos a ponernos al día, a decirnos lo afortunados que somos por estar en esta fiesta e incluso a hacer fotos que intenten grabar en papel instantes irrepetibles. Suena la música y llega él, acompañado de una madrina espectacular, a lo Hollywood de los años 50. Estamos inquietos, la felicidad también pone nervioso. Cuando llega ella, todos enmudecemos o gritamos, ¿quién se acuerda? Se desliza por la alfombra como llevada en volandas. Rodeada de margaritas, miles de margaritas, no cabe la menor duda de cuál es la respuesta. 

A mis amig@s E. y P. por compartir tanto sin pedir nada a cambio.

A M. por estar ahí, cerquita.

miércoles, 17 de junio de 2020

Enamorarse a ciegas


Aquel día no comprendía cómo podía haber estado tan ciega para enamorarse como una idiota de ese hombre. Si se hubiera parado a pensar casi nada en él le agradaba: ni el tono de su voz ni sus gestos extraños, tan exagerados que la sacaban de tino ya en la primera cita. Sin embargo había algo más fuerte que ella que la dejaba sin fuerzas para remar a contracorriente. Su femineidad olvidada, el tiempo sola, sus ganas de gustarle a alguien superaron lo que era evidente a los ojos.

Empezó a quedar con él porque necesitaba que la acariciaran, la miraran con deseo, le dijeran cosas bonitas al oído. Eso él lo hacía muy bien. Se mostraba tan seguro y tan romántico a la vez que no había forma de dudar. Los primeros días fueron de mariposas en el estómago, aunque solo fueran en el suyo, como más tarde sabría. Ambos buscaban los momentos para verse y, cuando lo hacían, se les veía a gusto juntos. Le excitaba su cuerpo de hombre suave, que él exhibía con la naturalidad que da saberse deseado. Lo acariciaba con deleite, con ternura y a veces con la premura del tiempo que se nos va. Nadie sabía que estaban juntos y eso les daba más morbo si cabe. Al principio le parecía bien no conocer a nadie de su entorno pero al poco tiempo se dio cuenta de que ella no era importante para él. No quería que entrara realmente en su vida. Empezó a notar que los mensajes en su móvil bajaban de intensidad y se distanciaban en el tiempo. Ella no quería forzar nada pero a la vez no quería que se acabara. No tan pronto al menos. Esperó pacientemente a que se encendiera la luz de la pantalla hasta que de repente un día supo que ya no volvería a recibir nada suyo. Ni siquiera un buenos días de cortesía. 

Se sintió abandonada, engañada, utilizada. Desde su mente de mujer educada en la moralidad de los años 70/80, donde tener relaciones era sentirse sucia, no podía evitar verse manchada. No estaba bien visto tener placer y había que reprimirse. Ser la chica buena que no había roto un plato ese era el quid de la cuestión. El sexo no era importante, bueno sí, solo para los hombres. Ellas, las mujeres, no tenían derechos sexuales, como los llamaba ella ahora. Y si miraba a la historia de las mujeres de las que descendía, la situación era todavía peor. 

Le daba rabia que sus pensamientos no coincidieran con las creencias que había adquirido de niña y adolescente. Su mente era liberal y sentía su cuerpo listo para disfrutar de él, pero a la vez su sentimiento era de culpa al hacerlo. Aquella relación fugaz sacó todo esto a la luz y le demostró una vez más que algo no funcionaba bien. Pensamientos, palabras y acciones iban cada uno por su lado y le impedían creer a ninguno de ellos. Pensaba que era liberal y no lo decía. Actuaba como liberal y no lo sentía o incluso decía que era muy abierta en sus relaciones pero no se comía una rosca. Vamos que era tres mujeres en una o una mujer perfectamente separada de cintura para arriba y para abajo. Aprender de los errores a base de no darse cuenta al principio de que estaba metiendo la pata. Ir a ciegas hasta que de repente se la pegaba de bruces contra el mismo muro, que no era otra que ella misma. El amor es ciego dicen. Para ella que empezaba a abrir los ojos después de tanta torta gratuita, lo irreal no era lo que no veía en el otro, sino lo que no veía en ella misma. Sus falsas expectativas, sus propias lagunas emocionales, sus parches bien camuflados en la piel, sus sueños rosas de niña buena, … surgían ante ella tras cada ruptura. “Esta vez aprendo la lección” se decía a modo de mantra, hasta que volvía a aparecer el príncipe azul, a veces un poco desteñido, y las mariposas la dejaban sin respiración y le nublaban la vista.  

A todas aquellas mujeres que siguen/seguimos luchando para que nuestros cuerpos sean reales y nuestros deseos también, sin más.

Foto de PY. Gracias.

viernes, 5 de junio de 2020

Luciérnagas




Las luciérnagas eran la señal. Ya quedaban pocas y era una rareza descubrirlas. Nunca había pensado en estos pequeños seres hasta que tú empezaste a llamarme así. Primero, me fijé en la palabra y luego en el sentido que tenían sus capacidades innatas. Una luciérnaga tiene luz propia y no necesita de nada exterior para brillar por sí misma. No tiene tampoco que hacer esfuerzos para ello, le es natural porque sale de dentro, al igual que respira o que siente el olor de la primavera. Has tenido que irte para que me dé cuenta de lo que me querías decir, después de tantas horas de conversaciones, de correos,... la respuesta a todo estaba en mi interior. Nunca me quisiste dar las claves porque confiabas en mí para descubrirlas. Sabías que llegaría el día en el que, de repente, comprendiera lo que es invisible y sin embargo se puede ver. Sí, todo está en mí y al mismo tiempo soy una parte del todo. No hay cortes, ni muros de metacrilato entre la inmensidad y yo. Siempre decías que estábamos conectados y ahora comprendo que lo vamos a seguir estando pase el tiempo que pase. No noto tu vacío porque no lo hay. Seguiré serena aprendiendo a tu lado y confiando en mi luz y en la de los demás. Amor incondicional y atemporal. Gracias.

A mi maestro. Sin ti no sería la misma.



Foto de Barbara Ann Lane. Descarga gratuita. Gracias