miércoles, 17 de junio de 2020

Enamorarse a ciegas


Aquel día no comprendía cómo podía haber estado tan ciega para enamorarse como una idiota de ese hombre. Si se hubiera parado a pensar casi nada en él le agradaba: ni el tono de su voz ni sus gestos extraños, tan exagerados que la sacaban de tino ya en la primera cita. Sin embargo había algo más fuerte que ella que la dejaba sin fuerzas para remar a contracorriente. Su femineidad olvidada, el tiempo sola, sus ganas de gustarle a alguien superaron lo que era evidente a los ojos.

Empezó a quedar con él porque necesitaba que la acariciaran, la miraran con deseo, le dijeran cosas bonitas al oído. Eso él lo hacía muy bien. Se mostraba tan seguro y tan romántico a la vez que no había forma de dudar. Los primeros días fueron de mariposas en el estómago, aunque solo fueran en el suyo, como más tarde sabría. Ambos buscaban los momentos para verse y, cuando lo hacían, se les veía a gusto juntos. Le excitaba su cuerpo de hombre suave, que él exhibía con la naturalidad que da saberse deseado. Lo acariciaba con deleite, con ternura y a veces con la premura del tiempo que se nos va. Nadie sabía que estaban juntos y eso les daba más morbo si cabe. Al principio le parecía bien no conocer a nadie de su entorno pero al poco tiempo se dio cuenta de que ella no era importante para él. No quería que entrara realmente en su vida. Empezó a notar que los mensajes en su móvil bajaban de intensidad y se distanciaban en el tiempo. Ella no quería forzar nada pero a la vez no quería que se acabara. No tan pronto al menos. Esperó pacientemente a que se encendiera la luz de la pantalla hasta que de repente un día supo que ya no volvería a recibir nada suyo. Ni siquiera un buenos días de cortesía. 

Se sintió abandonada, engañada, utilizada. Desde su mente de mujer educada en la moralidad de los años 70/80, donde tener relaciones era sentirse sucia, no podía evitar verse manchada. No estaba bien visto tener placer y había que reprimirse. Ser la chica buena que no había roto un plato ese era el quid de la cuestión. El sexo no era importante, bueno sí, solo para los hombres. Ellas, las mujeres, no tenían derechos sexuales, como los llamaba ella ahora. Y si miraba a la historia de las mujeres de las que descendía, la situación era todavía peor. 

Le daba rabia que sus pensamientos no coincidieran con las creencias que había adquirido de niña y adolescente. Su mente era liberal y sentía su cuerpo listo para disfrutar de él, pero a la vez su sentimiento era de culpa al hacerlo. Aquella relación fugaz sacó todo esto a la luz y le demostró una vez más que algo no funcionaba bien. Pensamientos, palabras y acciones iban cada uno por su lado y le impedían creer a ninguno de ellos. Pensaba que era liberal y no lo decía. Actuaba como liberal y no lo sentía o incluso decía que era muy abierta en sus relaciones pero no se comía una rosca. Vamos que era tres mujeres en una o una mujer perfectamente separada de cintura para arriba y para abajo. Aprender de los errores a base de no darse cuenta al principio de que estaba metiendo la pata. Ir a ciegas hasta que de repente se la pegaba de bruces contra el mismo muro, que no era otra que ella misma. El amor es ciego dicen. Para ella que empezaba a abrir los ojos después de tanta torta gratuita, lo irreal no era lo que no veía en el otro, sino lo que no veía en ella misma. Sus falsas expectativas, sus propias lagunas emocionales, sus parches bien camuflados en la piel, sus sueños rosas de niña buena, … surgían ante ella tras cada ruptura. “Esta vez aprendo la lección” se decía a modo de mantra, hasta que volvía a aparecer el príncipe azul, a veces un poco desteñido, y las mariposas la dejaban sin respiración y le nublaban la vista.  

A todas aquellas mujeres que siguen/seguimos luchando para que nuestros cuerpos sean reales y nuestros deseos también, sin más.

Foto de PY. Gracias.

2 comentarios:

  1. Querida prima, acabo de conocer tu bosque y he elegido, al azar, esta entrada, que me ha sorprendido porque, aunque sabía que eras una alumna con una sensibilidad especial, nunca había leído nada tuyo. Me acabo de hacer tu adicto en la primera impresión... Podría llamarte por teléfono para decirte esto pero prefiero el encanto de los mensajes lanzados al mar dentro de esta mágica botella...
    Seguiré perdiéndome en tu bosque cada vez que necesite un refugio maravilloso...
    Un abrazo de los de antes de esta maldita peste.
    Gustavo.

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    1. Hola Gustavo
      ¡Qué bien saber que te paseas por este blogsque de bambú! Es un lujo contar con tu presencia y con tus palabras. Los mensajes lanzados al mar tienen su encanto y no sabes si van a ser leídos..., no ha sido el caso, afortunadamente para mí. Gracias por estar ahí.
      Un abrazo chillao.
      BdB

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