Las luciérnagas eran la señal. Ya quedaban pocas y era una
rareza descubrirlas. Nunca había pensado en estos pequeños seres
hasta que tú empezaste a llamarme así. Primero, me fijé en la
palabra y luego en el sentido que tenían sus capacidades innatas.
Una luciérnaga tiene luz propia y no necesita de nada exterior para
brillar por sí misma. No tiene tampoco que hacer esfuerzos para
ello, le es natural porque sale de dentro, al igual que respira o que
siente el olor de la primavera. Has tenido que irte para que me dé
cuenta de lo que me querías decir, después de tantas horas de
conversaciones, de correos,... la respuesta a todo estaba en
mi interior. Nunca me quisiste dar las claves porque confiabas en mí
para descubrirlas. Sabías que llegaría el día en el que, de repente, comprendiera lo que es invisible y sin embargo se puede ver. Sí,
todo está en mí y al mismo tiempo soy una parte del todo. No hay
cortes, ni muros de metacrilato entre la inmensidad y yo. Siempre
decías que estábamos conectados y ahora comprendo que lo vamos a
seguir estando pase el tiempo que pase. No noto tu vacío porque no
lo hay. Seguiré serena aprendiendo a tu lado y confiando en mi luz y
en la de los demás. Amor incondicional y atemporal. Gracias.
A mi maestro. Sin ti no sería la misma.
Foto de Barbara Ann Lane. Descarga gratuita. Gracias
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