viernes, 22 de julio de 2011

Melodías con sabor a mar

Hay noches de verano que son realmente de verano. En ellas se confabula todo para que se queden marcadas en tu piel como el sol: una brisa ligera, el aroma de crema aftersun de los que te rodean, la serenidad interior, la cercanía del mar que se huele y además se nota por las gaviotas que sobrevuelan la ciudad,.. Si todo esto lo aderezamos con la música sugerente e hipnotizante de Ludovico Einaudi al piano, la velada alcanza lo inolvidable.

Anoche actuó este compositor en Cartagena durante dos horas acompañado de su grupo de virtuosos italianos y de la sección de cuerdas de la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia. ¡Un lujo vamos!

Esta mañana, desde la resaca que supone un concierto que te llega, quiero simplemente compartir con vosotros la música de Einaudi, al que hace poco que he empezado a escuchar gracias al regalo de un amigo. Sus melodías me acompañan en los momentos de silencio porque no me distorsionan sino que más bien me hacen sentir en una continua y verdadera noche de verano junto al mar.

miércoles, 20 de julio de 2011

Semillas de nube

Microrrelato

Surtido de semillas de nube
Entrar en aquella tienda supuso toda una revelación en mi vida. No se podía comprar nada que tuviera que ver con los productos a los que estaba acostumbrada, muy al contrario. Lo más parecido que encontré fue un yogur de sueños dulces (YSD) que al probarlo resultaba algo divino. No sólo te activaba el sentido del gusto sino que además se actualizaban en ti algunos de tus mejores recuerdos oníricos. Te hablo de una selección de esos sueños que te mantienen al día siguiente de buen humor y con una sonrisita de satisfacción imborrable.
Conforme recorrías los pasillos rodeada de unos artículos tan imaginativos notabas que no se trataba de tenerlos todos pues bastaba con encontrar el que te venía bien en cada momento. Voy a enumerar algunos de los que vi para que os hagáis una idea de lo que hablo. Había entre otros cientos: semillas de nube, pan de ternura, aromas de tu infancia, crema anti-estrés, bizcocho almibarado con prímulas, ensalada de sol de invierno, roscosquillas rellenas de risa, etc. Reconozco que me gustaría recordar otros tantos nombres pero siento que mi memoria, al quedarse tan impresionada ante tal descubrimiento, fue incapaz de albergar más detalles. Desde aquí no pretendo activar la vena consumista de nadie, ni mucho menos. Simplemente me encantaría que cuando veas un rótulo que diga "Farmagia" no pienses que se trata de una errata sin más. A veces una simple letra lo cambia todo.

miércoles, 13 de julio de 2011

Para mosquearse

Microrrelato

"¡Maldita mosca!", dije mientras daba un manotazo en balde al aire. "Vaya, parece que ya tenemos voluntario para salir a la pizarra, y sin pedirlo siquiera" dijo la profe de francés desde el otro extremo del aula. "Jo", refunfuñé yo por lo bajini mientras me levantaba con desgana  y avanzaba lentamente hacia el patíbulo. ¡Mira que se me daba mal el franchute ése que mi madre me había obligado a coger como optativa! "Nunca se sabe lo que puede pasar y, saber idiomas, siempre viene bien", me decía. 

A mi paso, el murmullo de mis compañeros hacía presentir lo peor y, aunque no sabía de lo que iba, sus risitas nerviosas demostraban que estaban contentos de no ser ellos los que se habían topado con una mosca inoportuna. "¿A ver lo que recuerdas del vocabulario para hoy? ¿Cómo se dice campana?" "Me suena", le dije, provocando una carcajada general en la clase. Pero para variar no se trataba de una de mis bromas. Era verdad que me sonaba pero mi cabeza no lograba colocar en orden las letras que paladeaba de manera absurda en la punta de la lengua. Las sabía todas (o, l, c, e, h, c) pero, intento tras intento, me veía incapaz de colocarlas correctamente mientras movía una mano de arriba a abajo como si tuviera en ella una campanilla para llamar al servicio. Debí resultar patético intentando hallar la combinación ganadora, pero la profesora no tuvo ninguna consideración con mi esfuerzo y me mandó sentar. Nunca nunca olvidaré que "campana" se dice "cloche" en francés. A veces la vida utiliza métodos bastante extraños para enseñarnos y, en esos casos, siempre es mejor aprender que mosquearse con ella.

viernes, 8 de julio de 2011

¿Hay alguien ahí?

Son muchas las veces que tengo ganas de hablar pero me callo porque intuyo que quien tengo delante no me va a escuchar, o mejor dicho, no me va a comprender. Todos queremos que nos presten atención cuando decimos algo y esa necesidad de expresarnos es natural en nosotros.

Entre las personas que conozco hay algunas que ni siquiera han escuchado mi voz porque he sido incapaz de meter ni una sola palabra en sus eternos monólogos, ¡y mira que suelo llevar en el bolso siempre un buen calzador para estos casos! Se muestran tan sumamente invasivas que acaparan, a poco que te descuides, la charla de la sobremesa, del café o de la cena sin opción a réplica. Como siempre llevan razón, piensan que los demás no tienen nada interesante que decir y, cuando podemos emitir algún sonido, aunque sea en versión SMS, nos miran con aire de no entender cómo se nos ha ocurrido decir tal sandez.

Los hay que en cuanto abres la boca ya te están aconsejando, enjuiciando,... e incluso me he encontrado con algunos que ni tan siquiera se dignan a mirarte mientras les estás contando algo.

Pero los que realmente me hacen gracia son aquéllos que siempre están peor que tú en un intento de quedar por encima con tal de ser los protagonistas, cueste lo que cueste. Si a ti te duele algo, a ellos les duele más. Si has tenido un problema con el coche, el suyo está siniestro total. A poco que te relajes puedes entrar en una espiral de catástrofes sin fin cuyo origen ha sido un comentario del tipo "He pasado mala noche" que deriva en un insomnio generalizado de todos los que te rodean en ese momento.

Además, si lo que cuentas es algo positivo, te interesa acabar rápidamente porque eso no tiene morbo. No dar carnaza supone que el nivel de audiencia baja drásticamente con posibilidad de perder tu puesto en la parrilla televisiva. Que las cosas te vayan bien, desgraciadamente, no está bien visto o mejor dicho oído.
Escuchar es todo un arte pero nadie nos enseña a hacerlo correctamente, de hecho nos lo muestran como algo tedioso. Un buen interlocutor demuestra el más profundo respeto por lo que dice el otro, sin pasarlo por sus propios descodificadores personales: no critica, no coge el protagonismo, no se entromete, no hace juicios de valor permitiendo al que habla sentirse mejor al final de la conversación. Pero, desafortunadamente, ante alguien que quiere/necesita hablar no siempre hay una persona dispuesta a escuchar y te dan ganas de decir: "Por favor, ¿hay alguien ahí?"

sábado, 2 de julio de 2011

Siempre conmigo

Me encanta observar a los que me rodean porque me permite comprenderlos mejor y aprender de ellos siempre algo diferente. Y me sucede, en esos ratos en que me entretengo en tales menesteres, que me imagino lo que estará pensando o sintiendo Fulanito o incluso Menganito. Lo que para mí podría suponer una situación incómoda me sorprende que sea algo maravilloso para otros y viceversa. He compartido con algunos amigos conversaciones muy profundas en lugares en los que todo te llevaba a banalizar. E incluso he mantenido charlas grises en rincones de tanta belleza que no me podía creer que el otro al mirarlo no sonriera sin más, olvidando lo que le preocupaba.

Con el paso del tiempo he aprendido que lo que nos rodea no es otra cosa que nosotros mismos. Todo lo percibimos desde nuestros sentidos, mediatizados por las experiencias previas del pasado y las emociones que ellas nos provocan. Imposible que dos personas vivan lo mismo en la misma situación. Por muy lejos que nos vayamos no podemos nunca movernos ni un milímetro de nuestro lado, con lo cual ¿de qué vale recorrer miles de kilómetros si antes no se ha preparado un buen equipaje?  Hasta que no nos damos cuenta de ello, somos capaces de ir de aquí para allá en un peregrinaje sin fin buscando fuera amor, reconocimiento, escucha e incluso cosas materiales que nos hagan ver la realidad desde una barrera segura y lo más cómoda y rosa posible. Y es que los sitios idílicos no hacen que nuestra vida lo sea, pero lo contrario también es falso. Las situaciones más desagradables no tienen por qué provocar en nosotros el mismo efecto. Quien lleva el timón no puede elegir el tiempo ideal para la travesía, pero sí poner buena cara al sentir la lluvia.