domingo, 20 de noviembre de 2011

Quejorrea

Microrrelato
No se queje, por favor

Doctor, doctor, ¿qué me ocurre?
Mire, los síntomas no fallan. Usted dice que todo le molesta, desde el canto de los pájaros a las risas de los que comen en la mesa de al lado. Está usted incómodo hasta en los momentos en los que todo llevaría a relajarse y dejarse llevar. Es evidente que para usted todo parece una carga. Un runrún mental le reconcome por dentro y le lleva inevitablemente a focalizar su atención en los fallos, en los aspectos negativos de todas las situaciones. Si hace sol como si está nublado, si madruga o se levanta tarde, no importa, para usted lo que cuenta es renegar, en una cantinela que se hace insoportable para los que le rodean y, por lo que me cuenta ahora, también para usted. Nada le satisface y se mantiene atento a lo que hacen los demás tan sólo para criticarlo, hagan lo que hagan, qué más da. Corríjame si no resumo bien lo que me ha explicado. Bueno, pues padece usted una quejorrea aguda. Un caso que no es un hecho aislado, desgraciadamente, sino que se está dando con demasiada frecuencia en nuestros días. Quejarse de todo es el deporte nacional, ni el fútbol ni los toros, qué va, la famosa epidemia de quejorrea nos invade con su extraño magnetismo. No está mal visto que uno se queje porque, como todo el mundo lo hace, las probabilidades de que el que está a tu lado también vaya del mismo palo son enormes. Cuando se entra en este bucle de queja es difícil parar. Además lo peor es que al hacerlo nos autoprovocamos las mismas sensaciones negativas que estamos evocando. Como nuestro cerebro no reconoce si lo que rememoramos nos está ocurriendo de verdad o simplemente lo estamos imaginando, nuestro organismo realiza las mismas reacciones químicas que si tuviéramos delante la situación que nos desagrada. ¡Vaya jugarreta! ¿no?
Pero ¿esto es grave? 
Sí es grave, pero no incurable. 
No sabe lo tranquilo que me deja. ¿Qué tengo que hacer para salir de ésta? 
No llevo recetas mágicas en mi cartera, ni tampoco la llave que cierra los circuitos mentales de este tipo. Es una cuestión de cambio de chip, de centrar la atención en lo que gusta más que en lo que desagrada, de callar cuando lo que se va a decir no es más agradable que el silencio. Por ejemplo, anote las veces que práctica la queja a lo largo de un día. El simple hecho de detectar esa actitud ya supone una clave para romper rutinas. Piense antes de hablar y dése el tiempo de reformular sus pensamientos en positivo.
¡Pero eso es muy difícil para mí! Vaya, he vuelto a quejarme. 
Tal vez sea tan sólo "difácil" y, ahora mismo, sin saberlo, acaba de dar el primer paso hacia el cambio. 


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