viernes, 8 de julio de 2011

¿Hay alguien ahí?

Son muchas las veces que tengo ganas de hablar pero me callo porque intuyo que quien tengo delante no me va a escuchar, o mejor dicho, no me va a comprender. Todos queremos que nos presten atención cuando decimos algo y esa necesidad de expresarnos es natural en nosotros.

Entre las personas que conozco hay algunas que ni siquiera han escuchado mi voz porque he sido incapaz de meter ni una sola palabra en sus eternos monólogos, ¡y mira que suelo llevar en el bolso siempre un buen calzador para estos casos! Se muestran tan sumamente invasivas que acaparan, a poco que te descuides, la charla de la sobremesa, del café o de la cena sin opción a réplica. Como siempre llevan razón, piensan que los demás no tienen nada interesante que decir y, cuando podemos emitir algún sonido, aunque sea en versión SMS, nos miran con aire de no entender cómo se nos ha ocurrido decir tal sandez.

Los hay que en cuanto abres la boca ya te están aconsejando, enjuiciando,... e incluso me he encontrado con algunos que ni tan siquiera se dignan a mirarte mientras les estás contando algo.

Pero los que realmente me hacen gracia son aquéllos que siempre están peor que tú en un intento de quedar por encima con tal de ser los protagonistas, cueste lo que cueste. Si a ti te duele algo, a ellos les duele más. Si has tenido un problema con el coche, el suyo está siniestro total. A poco que te relajes puedes entrar en una espiral de catástrofes sin fin cuyo origen ha sido un comentario del tipo "He pasado mala noche" que deriva en un insomnio generalizado de todos los que te rodean en ese momento.

Además, si lo que cuentas es algo positivo, te interesa acabar rápidamente porque eso no tiene morbo. No dar carnaza supone que el nivel de audiencia baja drásticamente con posibilidad de perder tu puesto en la parrilla televisiva. Que las cosas te vayan bien, desgraciadamente, no está bien visto o mejor dicho oído.
Escuchar es todo un arte pero nadie nos enseña a hacerlo correctamente, de hecho nos lo muestran como algo tedioso. Un buen interlocutor demuestra el más profundo respeto por lo que dice el otro, sin pasarlo por sus propios descodificadores personales: no critica, no coge el protagonismo, no se entromete, no hace juicios de valor permitiendo al que habla sentirse mejor al final de la conversación. Pero, desafortunadamente, ante alguien que quiere/necesita hablar no siempre hay una persona dispuesta a escuchar y te dan ganas de decir: "Por favor, ¿hay alguien ahí?"

No hay comentarios:

Publicar un comentario