"¡Maldita mosca!", dije mientras daba un manotazo en balde al aire. "Vaya, parece que ya tenemos voluntario para salir a la pizarra, y sin pedirlo siquiera" dijo la profe de francés desde el otro extremo del aula. "Jo", refunfuñé yo por lo bajini mientras me levantaba con desgana y avanzaba lentamente hacia el patíbulo. ¡Mira que se me daba mal el franchute ése que mi madre me había obligado a coger como optativa! "Nunca se sabe lo que puede pasar y, saber idiomas, siempre viene bien", me decía.
A mi paso, el murmullo de mis compañeros hacía presentir lo peor y, aunque no sabía de lo que iba, sus risitas nerviosas demostraban que estaban contentos de no ser ellos los que se habían topado con una mosca inoportuna. "¿A ver lo que recuerdas del vocabulario para hoy? ¿Cómo se dice campana?" "Me suena", le dije, provocando una carcajada general en la clase. Pero para variar no se trataba de una de mis bromas. Era verdad que me sonaba pero mi cabeza no lograba colocar en orden las letras que paladeaba de manera absurda en la punta de la lengua. Las sabía todas (o, l, c, e, h, c) pero, intento tras intento, me veía incapaz de colocarlas correctamente mientras movía una mano de arriba a abajo como si tuviera en ella una campanilla para llamar al servicio. Debí resultar patético intentando hallar la combinación ganadora, pero la profesora no tuvo ninguna consideración con mi esfuerzo y me mandó sentar. Nunca nunca olvidaré que "campana" se dice "cloche" en francés. A veces la vida utiliza métodos bastante extraños para enseñarnos y, en esos casos, siempre es mejor aprender que mosquearse con ella.
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