Microrrelato
Recuerdo el día en que me encontré por primera vez con la que más tarde sería "ella". Era una tarde gris y me atormentaba pensar que aquella cita a ciegas se aguara porque teníamos previsto tomar un café en una de las terrazas del centro. Todo lo que habíamos compartido hasta el momento se hallaba en la red y nuestras palabras virtuales podían recogerse en unos cuantos archivos de un CD. Describir mi estado de nervios los días previos hubiera sido una tarea fácil, pero intentar resumir los millones de pensamientos que se agolpaban en mi cabeza desde que aparqué el coche a unos cientos de metros de nuestro lugar de encuentro, hubiera sido un reto harto imposible. Preparé cada detalle. Pensé que todo saldría bien mil veces, aunque debo de reconocer que otras tantas creía que estaba como una cabra, que era absurdo haberme encaprichado de una foto y de unos pocos encuentros en la red que, eso sí, me habían calado y resonado profundamente. Hacía bastante tiempo que estaba solo y la idea de volver a empezar una historia me tenía dividido entre el dejarme llevar y el ser tan frío como el hielo. De lo que sí me daba cuenta era de que me sentía como un crío de 16 años, y os aseguro que no era esa mi edad en aquel atardecer ni mucho menos (muchos más).
Todas las mariposas que se agitaban inquietas en mí se quedaron paralizadas en su vuelo aleatorio cuando la vieron aparecer entre la multitud. No sé si se ralentizaron ellas o simplemente mi mente me permitió, generosa, conservar ese recuerdo a cámara lenta para poder rememorarlo todo después más fácilmente. Bastó una sonrisa de reconocimiento mutuo para que todo cobrara sentido y no me importara lanzarme al vacío, esta vez sin red.
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