martes, 7 de junio de 2011

Vidas en espejo

Microrrelato

Aprendemos imitando, copiando lo que los otros hacen, pero no amamos de la misma manera. La historia que os cuento en esta tarde lluviosa de junio es precisamente un reflejo de esta afirmación, mejor dicho negación.

No los conocí personalmente, pero las malas lenguas dicen que esta “desaventura” amorosa no podía acabar de otro modo. Para estos compañeros de trabajo en una oficina de tres al cuarto, saber que el otro había estado en el mismo sitio un poco antes, les hacía cerrar los ojos y buscar a ciegas los últimos retazos de su perfume, mientras que una sonrisa les adornaba el rostro. Aunque se hablaban poco y con frases entrecortadas, incomprensiblemente, querían a toda costa que sus conversaciones, llenas de silencios incómodos, fueran interminables.

Pero iré al grano.  Sin saberlo, empezaron el mismo día al unísono, después de haberse hecho con los datos necesarios, a imitar al otro para sentirse más cercanos. Si él sabía que ella iba tal día a unas clases de tenis, él buscaba un entrenador con el mismo horario. Que él leía el libro “Sin ti no sé vivir”, ella leía “Yo tampoco”. Intentando completar su tiempo con las actividades del otro, terminaron por dejar las propias de lado. Se confundía lo "suyo" con lo "suyo". De repente sus vidas eran tan similares que, si se les hubiera grabado con cámaras de manera simultánea, uno y otra eran otro y una.

Fueron perdiendo por el camino, sin darse cuenta, sus propios intereses, gustos e incluso necesidades. Su única meta diaria consistía en recabar la información deseada para poder seguir con su vida en espejo. Sorprendentemente, conforme avanzaba este juego, se iban quedando paralizados porque ninguno tomaba la decisión de hacer nada por sí mismo, ya que sus tardes sólo tenían sentido si se imitaban. Según un acuerdo tan tácito como otros muchos, tomar la iniciativa estaba prohibido. Se pasaban las horas imaginando qué estaría ocupando los pensamientos y las horas del otro. Y así, ingenuamente y sin saberlo, llegaron por casualidad a hacer siempre lo mismo: Pensar en el otro y estar anestesiados. Sus vidas se convirtieron en el reflejo estático de un espejo que, ni siquiera, les permitía tomar la decisión de proponer una cita o de hablar de los propios sentimientos. Entraron en uno de esos bucles infinitos que cada mañana los devolvía al mismo sitio, pero cada vez más frustrados y baqueteados por aquella marea estéril  por la que se dejaban mecer. Desde el otro lado del espejo, cuando uno decía AMOR el otro entendía ROMA.

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