Hay historias sencillas, escritas con palabras sencillas que llegan a esa parte natural y común que tenemos todos los humanos. Sin ir más lejos, por ejemplo, nos encanta que nos relaten cuentos desde niños. Aprendemos cosas de la vida escuchando a nuestros mayores contándonos una y otra vez hechos fantásticos y otros que no lo son tanto. La tradición oral se mantiene de generación en generación de un modo tan arraigado que muchos nos llevaríamos la mano a la cabeza si conociéramos a un solo niño que no tuviera ni idea de quién es Caperucita Roja.
También se ha llegado a otro acuerdo tácito que dice que hemos de continuar con los mismos ritos y tradiciones, que eso conforma nuestras raíces y nos asienta. Si miramos un año cualquiera vemos que repetimos las mismas acciones. Llegamos a veces a confundir la gente con la que estuvimos en una ocasión especial e incluso a tener la sensación de que el tiempo pasa muy rápido cuando nos encontramos de nuevo ante la mesa en Nochebuena o en la verbena de las fiestas del pueblo. Tenemos esta querencia y la defendemos a ultranza creyendo que lo que hacemos es lo mejor, que nuestros usos siempre han sido así y hemos de mantenerlos. Nos cuesta mucho romper o cambiar y, cuando somos capaces de hacerlo, hay una parte en nosotros que se siente un poco culpable.
Desde mi más profundo y sincero respeto por las tradiciones y por todos aquellos que las viven (vivimos) intensamente, me planteo si no nos estarán marcando demasiado la vida. Nos llevan a seguir una secuencia ¿lógica? anual y a la misma vez nos dan seguridad. Digamos que, como todo está planeado de antemano, nos facilitan la vida y nos unen al grupo al que pertenecemos. Determinadas fechas se han convertido en símbolos cuando en realidad no son más que fracciones de tiempo como otras cualquiera. Simplemente nos hemos visto forzados a acotar el paso de los días para no perdernos en un caos temporal. Su sentido (religioso, histórico) se lo damos nosotros pero, ¿por qué le damos siempre el mismo? ¿Estaría bien variar al permitirnos no hacer todos exactamente lo mismo? Si las tradiciones no han existido siempre, ¿por qué nos aferramos a ellas con tanta fuerza, como si no hubiera ante nosotros una infinidad de posibilidades? ¿Sería una traición no seguir la tradición?
Cerrar con un final típico es lo que me sale en este momento por ser lo más cómodo y fácil. Un “Se casaron y fueron felices” podría ser la guinda perfecta para este pastel o quizás simplemente un "Colorín colorado, este cuento se ha acabado", o no.
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