domingo, 12 de febrero de 2012

Ventanilla


Cuando viajas, el recorrido puede ser una tortura. Recuerdo que ayer había una chica que se pasó las cuatro horas hasta Madrid como el burro de Sherk:"¿Falta mucho? ¡Me a-burro!" Algo normal en su caso porque de tal animal tal sensación, y por supuesto no me refiero a la chica. "Chist, chist, oye que no era un burro, que era un asno. Gracias por la aclaración, pero con lo mono que ha quedado no lo voy a cambiar ahora".

No, en serio. Escucharla supuso para mí una revelación y le agradezco que me enseñara que el camino no es un paréntesis en la vida sino que, afortunadamente, forma parte de ella. Cuando te la pasas achuchando a las horas para que corran, te conviertes en alguien que se pierde las transiciones y para colmo las vive mal. Lo único que cuenta entonces es el objetivo de manera que quitas todas las hojas de la lechuga de golpe para llegar al cogollo o te quedas sólo con el final de una película. Es una opción cada vez más de moda, o no, no lo sé. Cuando llegas al sitio o a la situación casi nunca se corresponde con tus expectativas y la decepción continúa. 

Para mí ayer el viaje resultó especialmente bello. Me dediqué a mirar por la ventanilla con ojos creativos o simplemente nuevos. Dejé que lo que pasaba, perdón, la que pasaba era yo, me sorprendiera. Llegó un momento en el que no sabía si las palabras designaban a las cosas que iban apareciendo o si las cosas existían sin más, sin que fuera necesario etiquetarlas para que yo las comprendiera. Fue una experiencia natural. 

En el recorrido vi animales: un perro tipo san bernardo que ladraba hacia el tren pero a la vez corría en dirección contraria en un acto de bravuconería; una bandada de pájaros lilas al fondo del paisaje y, aunque no eran de ese color, no hice el esfuerzo de volver a pintarlos para quedarme con la estampa que me había venido a mi imaginación; una liebre perdida en un huerto de limoneros; unas aves acuáticas dejándose llevar por la corriente de un río.  La secuencia de imágenes que rodaba era de cine mudo y los negativos tenían el tamaño del cristal de mi ventanilla. ¡Yo, si ruedo, lo hago a lo grande! De vez en cuando cerraba los ojos un rato o simplemente atravesaba un túnel y, de repente, el escenario cambiaba radicalmente. El río era una montaña, o el bosque un pantano. A veces las extensiones de agua se convertían en mantos de tierra infinitos o en arrozales listos para ser plantados. Seguro que nadie ha vivido el viaje como yo entre todos los pasajeros de ese tren ni de todos los trenes que recorren esta vía cada día. Pero lo mejor es que para mí tampoco volverá a ser nunca igual y de mí dependerá cómo recorrerlo. Gracias, compañera de vagón anónima.

 Imagen de Sinusiridium "/train view #2/" http://www.flickr.com/photos/sinus_iridium/4659616001/in/photostream/ // CC BY

1 comentario:

  1. Ahora lo entiendo, que esto es un relato, ah, así que tú no eres tú, es un personaje el que viaja, ¿no? ¿Ah? ¿Entonces todo lo que cuentas antes sí que eras tú y esto no, verdad?

    Lo siento mucho. Anónimo

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