Hay veces en que las lágrimas llegan porque sí, porque no tienes otra manera de expresarte. No siempre son una señal de tristeza pero, si te paras a mirar, en el fondo encuentras al menos un atisbo de melancolía. Son, las lágrimas, el testigo mudo de las emociones que manan con dulzura desde el interior, creando un remanso interno donde hace un momento había aguas turbulentas y rebosantes. Al caer purifican y borran suavemente su camino que, inexplicablemente, queda listo para una nueva inundación.
Se puede llorar con los ojos secos, con suspiros, con miradas perdidas, con el pensamiento, eso es algo que no resulta complicado. Hacerlo así es menos depurativo y provoca inundaciones internas que pueden durar incluso décadas. No lo recomiendo. Cuando hay que llorar, se llora aunque al segundo siguiente estés riendo como si nada. No, no estoy loca de atar, o tal vez sí ;).
Me hubiera gustado llorar a borbotones cuando tenía ganas de hacerlo, descargando así los nubarrones para volver a ver el cielo despejado. Pero han sido demasiados nosellora entre otros muchos nosehaceestooaquello para permitírmelo a veces. Esa sensación de después de limpiarte la cara, respirar profundo y notar que el aire llega mejor a los pulmones entre hipidos desacompasados, no tiene precio y sin embargo es gratuita.
Se puede llorar de alegría y de emoción y a veces incluso se llora por si no nos volvemos a ver, por el tiempo pasado y el futuro que no existirá. La lista es inmensa, infinita. Pero lo que yo prefiero es seguir estando viva en cada lágrima y en cada sonrisa y dejarlas nacer naturalmente, como pequeñas ninfas libres en el claro de un bosque... de bambú, por supuesto.
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