Siempre se ha dicho que cuando una puerta se cierra
hay otra que se abre. Y, si os digo la verdad, no sé si se trata
simplemente de un engañabobos pero, como tiene que ver con lo que
quiero escribir, ahí queda.
Estos últimos días he tenido que ser yo la que he
cerrado puertas que estaban listas para ser franqueadas. Todo esto me
ha hecho pensar mucho en las decisiones que hasta que no se toman se
llaman indecisiones e incluso, en algún momento fugaz de lucidez,
vuelven a recuperar su nombre.
Cuando se trata de cosas materiales, digamos que no
resulta demasiado complicado, pero la dificultad crece de manera
exponencial cuando hay vínculos afectivos de por medio. Entonces
todo se mezcla creando una argamasa que no se puede desenmarañar así
como así para poder ver a través de ella. La cabeza da vueltas y vueltas sin
pagar entrada en ninguna atracción de feria. Empiezas a sopesar los
pros y los contras que, como casi siempre andan empatados, no ayudan
sino más bien emborronan. Hasta ahí todo va como se preveía y,
claro, te puedes quedar en ese estadio por secula seculorum,
rumiando el mismo chicle años y años.
En los casos recalcitrantes lo que funciona a veces
es la intuición. Se podría definir como esas decisiones que tomas
sin saber muy bien por qué pero con las que te quedas sereno, con la
certeza de haber dado en el clavo. Cuanto más se practica el arte de
la decisión, más confías en tu dominio de la técnica. Me
maravillan las personas que lo ven todo claro y deciden con una
seguridad aplastante. Mastican el chicle sólo el tiempo que le dura
el sabor, magistral.
Una puerta que se cierra es igual al alea jacta
est de los romanos y, a partir de ahí, cualquier cosa puede
pasar, hasta incluso que se abra otra.
Imagen: Lucy Nieto "Mosaico de Puertas II" http://www.flickr.com/photos/lucynieto/2770891955/sizes/l/in/photostream/ CC BY-NC
Tú eres géminis y ya sabes lo que se dice de nosotros: indecisos hasta no poder más. Un beso.
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