lunes, 14 de marzo de 2011

Mi primer microrrelato

Escondidos tras las macetas de geranios rojos, unos ojos me miraban desde el otro lado de la ventana. Ese día por fin se había decidido a acercarse. Yo sabía quién era el que me observaba dar los últimos retoques a mi peinado de domingo. Siempre que subía la cuesta que lleva a mi casa en su bici chirriante, mi corazón saltaba al ritmo de su pedaleo. Cruick, cruick, bum, bum. A lo largo de la semana pasaba y repasaba mil veces con su sonido oxidado mientras que yo, camuflada tras esas mismas macetas sedientas, dejaba cualquier cosa que llevara entre manos para espiarlo. Los dos sabíamos, en los pocos segundos que duraba su trayecto, que nos moríamos de ganas de ser mayores, de poder demostrar que nos gustábamos, de darnos la mano por el paseo del pueblo y aún así dejé pasar la oportunidad. 
El verano siguiente, acompañada por una timidez que me amordazaba, hice como si no lo conociera, lo ignoré en contra de mis sentimientos. Entonces ya no se oía su bici, ni mi corazón roto, ahora tan sólo lo veía pasear de la mano de alguien que no era yo…


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