sábado, 4 de junio de 2011

¿Café para todos?

Hoy me apetece contaros una anécdota que una compañera del curso al que he asistido esta semana quiso compartir con los que allí estábamos. Decía que un profesor de ciencias naturales, para explicar la lección dedicada a los peces, pidió a sus alumnos que trajeran una sardina al día siguiente al colegio. Una vez que hubo acabado con la práctica y, estando la clase a punto de terminar, le sorprendió que uno de los chicos preguntara: "Maestro, y ahora ¿qué hacemos con la sardina? ¿Nos la comemos?" En una respuesta automática, llena de perplejidad, el profe le contestó: "Pero vamos a ver Fulanito, ¿tú en casa te las comes crudas?" Y el chaval, con toda la sinceridad que supo darle a sus palabras dijo: "Claro que no, pero esto es la escuela..."

Sé que intentar darle más sentido con mis explicaciones a esta historia, ya de por sí tan evidente, puede llevarme a rizar el rizo y, tal vez, debería dejarlo aquí para que cada uno sacara sus propias deducciones. Pero lo siento, no me voy a callar. Yo, como profesora, me pregunto muchas veces si lo que estamos intentando enseñar a las futuras generaciones les servirá a “todos” en el futuro, si el sistema no está demasiado alejado de la realidad de los alumnos, si no damos demasiada importancia a los contenidos y a hacer las cosas como mandan los cánones educativos heredados. ¿No habrá llegado el momento de cambiar, de acercarnos a sus intereses, a sus necesidades, de prepararlos para la vida real? Haciendo un cálculo rápido, un adolescente, cuando acaba la ESO, lleva a sus espaldas unas 11.000 horas sentado en un aula (y digo espalda porque estaría feo hablar de otra parte del cuerpo), esto sin contar las dedicadas al estudio y los deberes en casa. El sistema atrapa el docente y a los niños y les pasa inevitablemente su rodillo sin tener en cuenta que no todos son iguales, que a algunos el rodillo simplemente les produce un ligero cosquilleo sin sacar lo mejor de ellos; a otros los aprisiona y los deja frustrados por no poder seguir el ritmo y a otros, a los que no quieren pasar por el aro, ni siquiera los roza porque lo que allí ocurre les es tan ajeno como lo sería una clase de Astrofísica para mí. 

El aula es un espacio, la mayoría de las veces, ficticio y artificial que no da al alumno las herramientas que le harán falta más tarde para gestionar su vida y ser feliz que es, a fin de cuentas, para lo que hemos venido aquí. Yo abogo por una preparación integral de personas que enseñe, eduque y potencie no sólo la inteligencia y los datos sino también todo aquello que nos hace seres irrepetibles con emociones, ilusiones, gustos...  Si "el café para todos" no convence ni nos deja a todos satisfechos, ¿por qué no ampliar la carta y mirar la educación con otros ojos?

1 comentario:

  1. Muy buena tu reflexión, y más teniendo en cuenta que hablas desde dentro. Es un tema que a mi me está dando mucho que pensar ahora que me toca empezar de nuevo el camino, aunque sea a través de mi niña. No quiero verla atrapada como dices, ¡habrá que buscar la manera!

    Pilar

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