Allí estaba en su
cuerpecillo a medio hacer, con los 14 años, escuchando una canción
que no comprendía pero que estaba llena de todo lo que quería ser.
Woman de John Lennon. Eran los años 80 y muy lejos de la movida
madrileña nacían músicas para siempre.
Nunca había dado
inglés y aquella letra era endiabladamente incomprensible para ella.
Solo la palabra woman y I love you le eran familiares. La escuchaba
mientras soñaba y bailaba a escondidas. Era su secreto. Bajaba a la
habitación donde estaba olvidado el tocadiscos y cogía el vinilo
con devoción. Antes de oírla sentía la pequeña emoción del
que va al encuentro de un amigo de siempre. Empezaban los primeros
compases y cerraba los ojos para que la voz de John le hablara al
oído. La ponía una vez y otra hasta que se sabía la letra de
memoria. La cantaba con
energía como el que entona un himno. La única pega era que seguía
sin entender ni papa.
Hicieron falta años hasta que consiguió aprender un poco de la lengua
anglosajona para que la letra se fuese recomponiendo en su mente como
un puzzle. Fueron llegando
palabras que daban cada vez más sentido a un mensaje que ya
comprendía con la emoción desde la escucha uno. Los fragmentos no
la decepcionaron, al contrario, le decían que siempre la había
entendido.
Aquella era y es su
canción aunque tan solo llegó a comprenderla cuando ya era toda una
“woman”, de los pies a la cabeza.
Seguir escribiendo a mano como antaño. Con la sensación de que lo que escribes es para siempre. Que un error también quedará ahí y dará parte de su encanto al texto. No hay corto y pego, ni cambio esta palabra de sitio. No hay corrector que borre los fallos o palabras que buscan un lugar a toda costa, sin darse cuenta de que a veces emborronan un texto. Escribir a mano es como la vida.