Microrrelato
Primera y única foto del camino de Olaya |
Olaya
era una aldea alejada de casi todos los sitios o quizás no. Si
mirabas en los mapas te dabas cuenta de que cada día aparecía y
desaparecía en las regiones más distantes del país. No era algo
habitual pero lo curioso es que tampoco llamaba demasiado la atención
un fenómeno geográfico tan inexplicable. Quizás el hecho de que
todos sus habitantes se encontraran afectados por la misma
incapacidad hacía que el cambio de sitio fuera lo menos importante.
Desde hacía varias generaciones los olayenses eran incapaces de abrir los ojos pues sus párpados carecían de movimiento. La ceguera colectiva no fue descubierta hasta hace unas décadas cuando un viajero que pasaba por allí, algo realmente extraordinario ya que nadie sabía dónde aparecería el pueblo al cabo de un rato, se dio cuenta de que todos se movían con total naturalidad a pesar de tener los ojos cerrados. Después de observar a un grupo de muchachos que jugaba al escondite en la plaza del pueblo a plena luz del día mientras se ocultaban en los sitios más visibles, comprendió que aquello no era precisamente un juego, y que estos chavales nunca habían visto lo que les rodeaba.
Desde hacía varias generaciones los olayenses eran incapaces de abrir los ojos pues sus párpados carecían de movimiento. La ceguera colectiva no fue descubierta hasta hace unas décadas cuando un viajero que pasaba por allí, algo realmente extraordinario ya que nadie sabía dónde aparecería el pueblo al cabo de un rato, se dio cuenta de que todos se movían con total naturalidad a pesar de tener los ojos cerrados. Después de observar a un grupo de muchachos que jugaba al escondite en la plaza del pueblo a plena luz del día mientras se ocultaban en los sitios más visibles, comprendió que aquello no era precisamente un juego, y que estos chavales nunca habían visto lo que les rodeaba.
Cuando
empezó a hablar con los habitantes descubrió que un buen día, según
contaba la tradición, todos los niños nacían privados de músculos
en los párpados y conforme llegaban las nuevas generaciones la
epidemia se convirtió en pandemia y finalmente perdió su nombre
porque dejó de ser un problema. Hacía tiempo que nadie hablaba de
ceguera, de hecho en los diccionarios no existía esa palabra ni
ninguna otra de su misma familia y tampoco sus contrarios.
En la escuela se hablaba con total naturalidad de los 4 sentidos: oído, gusto, olfato y tacto. Habían adaptado todo de tal manera que podían hacerlo todo como si tal cosa. Por ejemplo, escribían marcando signos desconocidos para nosotros en unas tablillas que tenían en su base una sustancia que se podía alisar para luego poder escribir de nuevo en ellas.
Llamaba la atención la manera de vestir porque hacía ya tiempo que nadie se preocupaba por el color de la ropa que llevaba puesta. Casi todos vestían una especie de sayo que les cubría del cuello a los pies y que carecía de detalles que fueran más allá de agujeros para meter la cabeza y los brazos. En él los adornos brillaban por su ausencia si bien, en el mejor de los casos, aparecía algún que otro bolsillo. En verano la indumentaria era la mínima esencia pues el pudor era también un término y una costumbre olvidados.
En la escuela se hablaba con total naturalidad de los 4 sentidos: oído, gusto, olfato y tacto. Habían adaptado todo de tal manera que podían hacerlo todo como si tal cosa. Por ejemplo, escribían marcando signos desconocidos para nosotros en unas tablillas que tenían en su base una sustancia que se podía alisar para luego poder escribir de nuevo en ellas.
Llamaba la atención la manera de vestir porque hacía ya tiempo que nadie se preocupaba por el color de la ropa que llevaba puesta. Casi todos vestían una especie de sayo que les cubría del cuello a los pies y que carecía de detalles que fueran más allá de agujeros para meter la cabeza y los brazos. En él los adornos brillaban por su ausencia si bien, en el mejor de los casos, aparecía algún que otro bolsillo. En verano la indumentaria era la mínima esencia pues el pudor era también un término y una costumbre olvidados.
Nuestro
viajero estuvo meses intentando que aprendieran a abrir los párpados,
primero en la total oscuridad para que la luz no les hiciera daño en
los ojos y luego en presencia de pequeños focos de luz, pero no tuvo éxito. Y como no se atrevía a abandonar el pueblo para pedir
ayuda porque no sabría nunca cómo regresar se negaba a dejar a
aquellas personas a la deriva.
Contaban algunos vecinos que nunca habían visto (en sentido metafórico) a ningún otro viajero por aquellas tierras en toda su vida y que por supuesto nadie se había ido de allí por miedo a perderse en un paisaje desconocido. Incluso los más intrépidos "Juan Salvador Gaviota" de la localidad no se atrevían a llevar sus pasos más allá de la orilla del río. Para ellos era muy complicado dejar la familiaridad de sus calles con su olor y las estatuas características en cada esquina.
Lo que más destacaba nuestro viajero a su regreso era que los vecinos de Olaya no echaban de menos lo que no habían conocido y se mostraban tan felices o más que cualquiera de nosotros porque en su vida no ver era ver. Olaya es un Macondo perdido en el espacio y en el tiempo donde puede que llegue alguien o no en cualquier momento o nunca.
Nota: Este microrrelato surgió de una conversación que mantuve hace unos días con mi hijo. De repente me preguntó directamente qué pasaría si no pudiéramos abrir los ojos lo que me hizo plantearme la situación que relato. Muchas gracias.
Contaban algunos vecinos que nunca habían visto (en sentido metafórico) a ningún otro viajero por aquellas tierras en toda su vida y que por supuesto nadie se había ido de allí por miedo a perderse en un paisaje desconocido. Incluso los más intrépidos "Juan Salvador Gaviota" de la localidad no se atrevían a llevar sus pasos más allá de la orilla del río. Para ellos era muy complicado dejar la familiaridad de sus calles con su olor y las estatuas características en cada esquina.
Lo que más destacaba nuestro viajero a su regreso era que los vecinos de Olaya no echaban de menos lo que no habían conocido y se mostraban tan felices o más que cualquiera de nosotros porque en su vida no ver era ver. Olaya es un Macondo perdido en el espacio y en el tiempo donde puede que llegue alguien o no en cualquier momento o nunca.
Nota: Este microrrelato surgió de una conversación que mantuve hace unos días con mi hijo. De repente me preguntó directamente qué pasaría si no pudiéramos abrir los ojos lo que me hizo plantearme la situación que relato. Muchas gracias.
Renota: No sé cómo, este cuento estuvo publicado unas horas y al día siguiente desapareció del blog. Al comentarlo en casa mi hijo se dio cuenta de que un hecho así sólo podía pasar en Olaya. Por fin lo recuperé partiendo de un primer borrador y de lo que recordaba. Es una nueva versión pero como casi nadie conoció la primera, nos quedaremos con ella como si fuera la buena. Espero que no vuelva a pasar lo mismo pero, si así fuera, lo buscaré de nuevo en Olaya.
Foto: Almudena-' photostream "Camino a ninguna parte II (Pérdida de Trazado)" http://www.flickr.com/photos/aballesters/273018016/ CC BY-NC-SA